7 de julio de 2013, Londres. Una tensa calma paraliza la City, desde los recargados salones de Buckingham hasta la siempre bulliciosa Oxford Street. El alma de la ciudad se ha trasladado a un solo punto: la Pista Central del All Engalnd Lawn Tennis & Croquet Club, donde Andy Murray se enfrenta a Djokovic y a la historia para ser el flamante campeón de Wimbledon.

El escocés va dos sets arriba y saca para cerrar el partido. 40-0. Solo un punto le separa de la gloria. Djokovic parece haber tirado la toalla.

Pero entonces, la pista se le hace muy pequeña a Murray. El brazo se le encoge, no puede poner dentro un primer servicio. 40-40. Vuelven los fantasmas, el temor se expande sobre las cabezas de todos y cada uno de los espectadores, que desde su privilegiado asiento comienzan a acordarse de Tim Henman y sus cuatro semifinales perdidas. Djokovic, con la calma del que da un partido por perdido, consigue tres bolas de break. "Esto no se te puede escapar", debió pensar Andy. Salva las tres bolas de rotura con más corazón que juego.

Los realizadores muestra punto tras punto el descompuesto rostro de su madre Judy y su novia Kim. Hace tiempo que la solemnidad y el silencio sepulcral han sido olvidados por la grada. La central es una caldera. Hemos dejado Wimbledon para trasladarnos a Wembley.

Volvemos a la acción. Tras un contrataque increible, Murray gana el punto. Es la cuarta bola de partido. Ruge la central. Esta vez si entra el primero y Djokovic a duras penas consigue devolver la pelota al otro rado de la red. Derecha de Andy y el revés de Nole se estrella contra la red. Murray es el nuevo campeón de Wimbledon.

Andy Murray acaba de quitarse un peso de 77 años. Ha ganado el pulso a la historia y ha pulverizado al fantasma de Fred Perry, último campeón británico allá por 1936. Andy Murray es por fin profeta en su tierra. Acaba de cumplir aquellos que soñaba despierto mientras daba sus primeros raquetazos en las pistas de su Dunblane natal.

Murray 2.0.

Hoy, dos años después, y tras un 2014 algo oscuro, Murray es un jugador mejor al de aquella final en 2013. El trabajo de Ivan Lendl y la maravillosa continuación de Mauresmo han hecho de Andy un jugador más maduro. Su mejora se basa en su cambio de actitud. Una actitud que demostró ser capaz de mantener en aquella agónica final.

Hasta 2013, Murray jugaba en Wimbledon con la responsabilidad de todo un país a sus espaldas. Pero aquella victoria convirtió la responsabilidad en ilusión. Su condición de "tenista local" dejó de ser un lastre para convertirse en su mayor ventaja.

El de Dunblane vive una de las mejores temporadas de su carrera. Su estratosférica actuación sobre el polvo de ladrillo encontró la continuidad que necesitaba en el pasto de Queen's. Andy no encontró rival en el torneo de West Kensington, y ni siquiera el hecho de tener que jugar las semifinales y la final en el mismo día pudieron pararle.

Un cuadro complicado

El escocés va como un tiro a por su segundo entorchado en el major londinense, pero el camino está lleno de obstáculos. Roger Federer y, sobre todo, Novak Djokovic se postulan como sus principales rivales. Si el de Dunblane quiere ser campeón deberá derrotar a ambos. El genio de Basilea sería su hipotético rival en la penúltima ronda, mientras que se vería las caras con el número uno del mundo en la gran final. Los cuartos de final tienen sabor español para Murray, pues lo más probable es que su rival sea el ganador del duelo entre David Ferrer y Rafa Nadal en octavos. Duro escollo.

Andy quiere quitarse el mal sabor de boca de la pasada edición. En uno de sus peores años, Murray no pudo pasar de los cuartos de final tras ser derrotado por Grigor Dimitrov.

La ilusión ya revolotea Wimbledon. Durante los próximos quince días, el niño que se convirtió en héroe, se colará en todos los hogares británicos. Los rivales de Andy estarán en inferioridad numérica, pues junto al escocés juegan los millones de británicos que le llevarán en volandas hacia la victoria.