Mañana del 31 de agosto de 2006. Un hombre yace tendido en el suelo de una lujosa suite del hotel Four Seasons de Nueva York. Al despertar se siente perdido, no es nuevo, siente que lleva casi toda su vida así. Ya se acuerda. De madrugada ha abandonado la comodidad de su cama para tenderse en el suelo. Un rito habitual casi todas las noches, pues va mejor para su maltrecha espalda. Se levanta con la dificultad de quien llévase cargado a la espalda el Empire State. A sus 36 años, siente su cuerpo como el de un anciano. Al fin y al cabo lleva 30 años corriendo, frenando en seco y "maltratando" su físico.

El hombre de quien hablamos es Andre Agassi, uno de los mejores tenistas de todos los tiempos. Ocho Grand Slam y 101 semanas comandando el ranking de la ATP encabezan el palmarés de un hombre que, guiado por contradicciones, lleva toda su vida odiando el tenis con enfermiza pasión. Precisamente desde aquel día que su padre, obsesionado con hacer de su hijo un número uno, le puso una raqueta en la mano como única arma para enfrentarse al mayor villano de su infancia: el Dragon, una temible máquina de lanzar pelotas de fabricación casera, que escupía bolas como si de fuego se tratase hasta que el pequeño Andre estaba tan cansado que sus piernas no obedecían a su cerebro.

Ese 31 de agosto es día de partido. Quién sabe si él último. Tras tres décadas viajando por el mundo, dedicando su vida a aquello que ama y odia en secreto, Andre Kirk Agassi ha decidido colgar la raqueta. Este US Open, su 21º, será su último torneo. Allí donde Andre empezó a escribir su historia es ahora el mismo que le convertirá en leyenda.

Como cada día de partido, y tras someterse a una dolorosa sesión de infiltración, Andre acude a la ducha, su refugio, su templo sagrado. Mientras el cálido chorro de agua recorre su espalda, Andre comienza a pensar en lo que le viene encima. Un rival temible en aquel entonces, Marcos Baghdatis, una joven promesa chipriota situado en la octava posición de ranking y que ese mismo año ha llegado a la final del Australian Open y a las semifinales de Wimbledon.

Enfrentarse a uno mismo

Andre conoce bien a Baghdatis. En la pasada edición del US Open, ambos entrenaron juntos. Al finalizar aquella práctica, Andre le comentó al joven Marcos la similitud de ambos en el juego. Baghdatis con una sonrisa en el rostro, esa que nueve años después aun no ha perdido, reconoce que la semejanza no es fruto de la casualidad. Resulta que Agassi es el ídolo de Marcos Baghdatis. De pequeño, los posters del "Kid de las Vegas", decoraban las paredes del chipriota. El que ahora iba a ser su rival, empezó en el mundo de la raqueta imitando su forma de jugar.

"Como es la vida", debió pensar Agassi, que como afirma en sus memorias, "iba a enfrentarse a su imagen reflejada. Debía vencer a una versión más joven de sí mismo".

El siempre sonriente Marcos Baghdatis (Fotografía: Getty)

Es hora de ir a la guerra. Andre se despide de su mujer, la leyenda del tenis femenino, Steffi Graf, y de sus dos hijos, Jaden y Jaz, de cinco y tres años respectivamente. Esa es su familia, el motivo principal por el que sigue jugando, y a su vez la causa principal de su retirada.

Gil, su preparador físico y persona de confianza desde hace 17 años, le espera en la parte delantera del coche vestido de etiqueta, no se sabe muy bien si para una fiesta o un funeral. En la parte trasera, junto a Andre, se sienta Darren, su actual entrenador. Suena una de sus canciones favoritas, una balada de Roy Clark, y Gil y Andre comienzan a cantar entre risas:

"Just going through the motions and pretending

we have something left to gain,

we can't build a Fire in the Rain"

Andre llega al vestuario. Es hora de comenzar con el ritual. Lo primero de todo la bolsa. Agassi vive obsesionado con su raquetero. Es su herramienta de trabajo, la paleta del artista, la caja de herramientas del fontanero. Él y solo él puede tocarla. Ropa, toalla, libros, viseras y muñequeras, siempre en ese orden. En cuanto a las raquetas, Andre coloca las ocho meticulosamente, siguiendo un orden: la que ha sido encordada más reciente al fondo, la menos tensa la primera. En sus memorias, Agassi compara su bolsa con el corazón, "debes saber que contiene en cada momento".

Después del ritual de masajes y vendajes de todo tipo, propios de un "anciano del tenis", enfila el túnel que ha de llevarlo a la Arthur Ashe. "Destrózalo", dice Gil. La batlla va a comenzar.

Sangre, sudor y lágrimas: un partido para la historia

Andre permanece inmóvil en el túnel de vestuarios. El pánico paraliza todos y cada uno de sus músculos. Él es el último superviviente. Boris Becker, Pete Sampras, todos han colgado ya la raqueta, y quizá en tan solo unos minutos aquella gloriosa generación termine por extinguirse.

Alrededor todo es frío, y la tensa calma es interrumpida cuando el jefe de seguridad pronuncia las palabras que dan inicio al combate: ¡Vamos todos!¡Empieza el espectáculo!.

Los guerreros entran a la pista, y entonces el frío se transforma en un calor acogedor. Más de 23.000 personas abarrotan las gradas de la Arthur Ashe, que esa noche luce de una forma especial. Andre puede sentir el apoyo de todos y cada uno de los asistentes. Al fin y al cabo esa es su casa, siempre lo ha sido.

El partido comienza de una forma que ni en los mejores sueños de Andre hubiese aparecido. Al "Kid de Las Vegas" le sale todo. El dolor se ha transformado en adrenalina. No hay quien lo pare. Los dos primero sets son un paseo. 6-4/6-4 y la línea de meta esta ahora a solo un paso.

(Fotografía: Getty)

Pero en el tercer set el cuento de hadas comienza a tornarse en pesadilla. El cansancio comienza hacer mella en Andre, mientras que Baghdatis repleto de ira comienza a arriesgar, y le sale bien. La admiración infantil se ha convertido en odio, un odio que ahora es mutuo. El partido de tenis se convierte en un combate de boxeo, en el que ambos golpean más fuerte cada vez. El tercer asalto es para el chipriota, 6-3.

Andre, viéndose incapaz de aguantar un quinto set, pone toda la carne en el asador. Da todo lo que tiene dentro, y parece tener su recompensa. Dos breaks y el 4-0 luce en el marcador. Otra vez a un paso de la supervivencia. Cuando todo parece sentenciado, y para desgracia de Agassi, surge el mejor Baghdatis que nunca se haya visto. Sus golpes imposibles forman una tormenta perfecta que acaba con los dos breaks de ventaja. Aunque el marcador dice que Agassi gana 4-3, Andre sabe perfectamente que ese set es del chipriota. Y así es. 7-5 y todo se decidirá en un agónico quinto parcial, allí donde Andre nunca hubiese querido llegar.

Comienza una batalla psicológica en la que el tenis queda al margen, dejando hueco al esfuerzo sobrehumano. Andre pierde su primer saque y sobre la Arthur Ashe comienza a posarse una atmósfera de funeral. Los calambres llegan a las potentes piernas de Baghdatis, que pide la asistencia del fisio. La pausa acaba con el ritmo infernal de Marcos, que pierde su saque. En los siguientes seis juegos ambos mantienen su saque y llevan al marcador el 4-4.

Empieza entonces uno de los juegos más trágicos y emocionantes de la historia del tenis. Con 40-30 a su favor, Andre se estira a por una bola imposible. Y entonces ve las estrellas, su columna vertebral se ha torcido y está completamente agarrotada. Cualquier efecto de la infiltración desaparece. Pero entonces levanta la vista y ve a Baghdatis cojeando. Han vuelto los calambres. Se echa al suelo agarrándose las piernas. Su dolor es sin duda peor. Moverle de lado a lado sería suficiente. Pero como en aquel partido hacía rato que se había sobrepasado los límites de lo humano, Marcos aguanta y aguanta durante ocho deuces, antes de estrellar un revés a la red que otorga el juego a Agassi 22 puntos después. 5-4 para Andre.

Llegamos al 6-5. Baghdatis tiene dos bolas para forzar el tie break, pero los nervios le agarrotan y llega el deuce. Ventaja para Agassi. Llega el momento decisivo, el punto de partido. Tras un duro intercambio, Andre observa como el drive de Baghdatis vuela por encima de la línea de fondo. Ha ganado. Sigue vivo.

Nada más llegar al vestuario, Andre cae al suelo. No puede respirar. Su cuerpo está trabado. Darren y Gil le suben a una camilla y una nube de rostros aparece sobre él. El dolor baja de intensidad y para explicar lo que viene a continuación es mejor citar textualmente lo que el mismo Andre escribió en sus memorias:

"Oigo gemidos a la izquierda. Vuelvo la cabeza despacio y veo a Baghdatis en la camilla de al lado. Su equipos está trabajando en él [...].Me está sonriendo. ¿Contento o nervios? Tal vez las dos cosas. Yo también le sonrío [...]. Baghdatis me alarga la mano. Su rostro dice: eso lo hemos hecho nosotros tío. Alargo la mano, agarro la suya y permanecemos así, cogidos de la mano, mientras en el televisor se suceden las imágenes de nuestra batalla salvaje"

(Fotografía: Getty)

El último baile

A la mañana siguiente, Andre apenas puede moverse. En otras circunstancias haría ya un rato que habría anunciado su retirada del torneo, pero sabía que ahora no podía abandonar. "Morir matando", se repetía.

Y llega ese 3 de septiembre, tal día como hoy, nueve años atrás. A pesar de la infiltración previa al partido, Andre apenas puede mantenerse en pie. Pierde en cuatro sets ante Benjamin Becker. Que caprichoso es el destino. El hombre que le acaba de retirar se llama B.Becker, igual que uno de sus más potentes y odiados rivales años atrás: Boris Becker.

Todo acaba y una sensación de alivio y vacío revolotean la cabeza de Andre, que tras cinco minutos de ovación cerrada, comienza a llorar. Las lágrimas recorren su rostro y queda ahogado en un llanto infantil. Cuando la emoción se lo permite, las lágrimas se sustituyen por unas sinceras palabras de agradecimiento que resumen su vida y la esencia de éste, mi humilde homenaje:

"En el marcador pone que hoy he perdido, pero lo que el marcador no pone es lo que he encontrado. A los largo de los últimos veintiún años he encontrado lealtad: vosotros habéis tirado de mi en la pista y también en la vida. He encontrado inspiración: vosotros me habéis empujado a triunfar, incluso en mismo momentos más bajos. Y he encontrado generosidad: vosotros me habéis dado vuestros hombros para que me subiera a ellos y alcanzara mis sueños, sueños que jamás habría alcanzado sin vosotros. A lo largo de los últimos veintiún años, os he encontrado a vosotros y voy a llevaros a vosotros y a vuestro recuerdo conmigo el resto de mi vida"

(Fotografía: Getty)

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