Esta pasada semana se disputaron en la Caja Mágica la Copa Davis y Fed Cup junior Un total de 32 equipos (16 masculinos, 16 femeninos) estuvieron presentes en los campeonatos del mundo sub 16. Un torneo único para jugadores y espectadores, que se marchan de las instalaciones con la sensación de haber sido los primeros en contemplar el inmenso talento de aquellos que están llamados a liderar el tenis mundial en un futuro no muy lejano.

La competición nos ha dejado grandes momentos de tenis y deportividad. Hemos visto en acción a los tenistas del futuro. Hemos sido testigos de duelos que en un años bien podrían repetirse bajo el amparo de una abarrotada Philippe Chatrier. Pero, sobre todo, hemos vivido el torneo junto a ellos, las estrellas, que quizá no dentro de mucho tiempo se encuentren rodeados de una nube de guardaespaldas. Hemos hablado con ellos, compartido experiencias únicas.

Más allá de la relación tenistas-espectadores, estos campeonatos son un ejemplo de compañerismo y deportividad entre equipos. A pesar de que su nivel de juego se empeña en decirnos lo contrario, estos jóvenes genios son niños de 15 y 16 años, y como tal ríen y se divierten juntos. Fuera de la pista, el nombre de su país a la espalda desaparecía y pasaban a ser parte de una gran familia que comparte un sueño: vivir algún día de aquello que les une, el tenis. Los jóvenes valores se llevan de la Caja Mágica amigos, no rivales.

Neozelandesas y argentinas, rivales, viendo juntas el partido (Fotografía: Fed Cup)

Todos estos aspectos, solo presentes en categoría inferiores, me llevan a plantear una cuestión cuya respuesta creo saber de antemano: ¿Puede el profesionalismo acabar con el deporte en su estado más puro?

Un profesionalismo deshumanizador

¿Se imaginan ustedes a Nadal y Djokovic sentados juntos después de haber protagonizado una batalla de cinco horas? ¿Pueden vislumbrar a Federer paseando tranquilamente por Flushing Meadows en los minutos previos a la final del US Open?

El tenis, como muchos otros, es un deporte que tiende a sobreproteger a las estrellas. El lujo, las comodidades y los privilegios son las paredes de la burbuja de falsa realidad en la que habitan los tenistas de élite. Los jugadores, salvo raras excepciones, se convierten en figuras alejadas de la realidad, de la gente, de aquellos que hacen un esfuerzo para ver a sus ídolos. En definitiva, la pérdida de su anonimato arrastra consigo la pérdida de su humanidad. ¿Acaso el Nadal campeón de 14 Grand Slam no es la misma persona que aquel niño de manacor que ganó la Davis junior en 2002?

Un tenis más humano

Normalmente, son los niños los que se fijan en los tenistas, pero en este aspecto, son los tenistas los que deben aprender de sus futuros sucesores. Las estrellas nunca deben olvidar de donde vienen, el hecho de que algún día ellos también jugaron en pistas destartaladas. No pueden levantar un "telón de acero" delante de sus seguidores, pues a ellos se deben.

Gran parte de la culpa la tienen los organizadores, cómites que hacen del elitismo una filosofía, tratando a los jugadores como exclusivas piezas de museo.

Fotografía: Diego G. Souto

Con eventos tan bonitos como los acontecidos esta semana, el público toma conciencia de que otro tenis es posible. Un tenis más cercano y humano, un tenis hecho por y para la gente de verdad. Un espectáculo del que formar parte y no ser solo una fuente de financiación.

Señores organizadores, tomen nota, pues si alejan el tenis de la gente, la gente terminará alejándose del tenis.