Al término de la temporada 2014, era lícito pensar que el momento de Kei Nishikori estaba a punto de llegar. El tenista japonés, encumbrado ya como una de las mejores raquetas de la historia de su continente, terminaba el año con los 25 recién cumplidos y a un nivel de forma espectacular. A su final en el US Open se añadían, en los últimos meses de competición, dos títulos (Kuala Lumpur y Tokyo), además de unas semifinales en París y otras en su debut en la Copa de Maestros, saliendo en ambos casos derrotado por el invencible número uno, el serbio Novak Djokovic.

De este modo, Nishikori encaraba las navidades como quinta mejor raqueta del planeta, colocándose con el mejor ránking de toda su carrera. En aquel momento, parecía verdaderamente improbable que el ascenso propulsado del japonés fuese a detenerse. Para muchos, incluso para la lógica, 2015 sería el año en que Kei Nishikori, el tenista llamado a ser el relevo de los grandes, se pusiese finalmente a la altura de éstos. Desafortunadamente, un año más tarde, cabe reconocer que no ha sido así. Es difícil, sin embargo, tildar la actuación del tenista de Shimane de decepcionante en este 2015. Las continuas lesiones han sido, en su terrorífica inflexibilidad, las que le han impedido brillar.

El año de Kei Nishikori no empezó mal, a decir verdad. El japonés cayó en un maratoniano encuentro en las semifinales de Brisbane ante Milos Raonic, a modo de preparación para un Australian Open del que se despediría en cuartos, arrasado por el campeón defensor Stan Wawrinka. Su sabor de boca al abandonar Melbourne no era malo, pero distaba mucho de lo esperado. Este tinte agridulce fue disuelto, sin embargo, con relativa prontitud. El primer título del año caería en sus manos ya en el mes de febrero, al imponerse en el ATP 250 de Memphis tras vencer, entre otros, a dos auténticas máquinas del saque como Sam Querrey y Kevin Anderson.

Su arranque de temporada fue esperanzador (Foto: Quinn Rooney / Getty Images).

De este modo, Nishikori ascendía un puesto más en el ránking y se colocaba cuarto, batiendo su mejor marca y generando unas expectativas que, desafortunadamente, no sería capaz de satisfacer. Después de Memphis viajaría a Acapulco, donde, tras solventar otro complicado encuentro contra Anderson, acabaría cayendo en la final ante el alicantino David Ferrer, quien se encontraba pletórico por aquel entonces. Su mes de marzo sería, sin embargo, mucho más decepcionante, cayendo en octavos de Indian Wells ante Feliciano López y en cuartos de Miami ante John Isner, dos rivales a los que, a priori, por ránking y por calidad, debería poder doblegar.

Tras su fracaso en los dos primeros Masters 1000 del año y después de perderse el tercero, en Montecarlo, por molestias, el Conde de Godó se posaría de nuevo sobre su hombro como un haz de luz en su temporada. En Barcelona, dos meses después de triunfar en Memphis, Nishikori alcanzaba su segundo título del año, enfrentándose, eso sí, a un cuadro bastante despejado de favoritos que colocó a Martin Klizan y Pablo Andújar como sus dos últimos rivales hacia el trono. Nishikori repetía título en el torneo catalán y volvía a recuperar el número cuatro del ránking.

El cierre de su temporada de tierra batida sería correcto pero algo descafeinado. En los momentos clave, Nishikori seguía siendo incapaz de imponerse a los tenistas con mayor bagaje del circuito. En Madrid alcanzaría las semifinales para caer ante el a la postre campeón Andy Murray, mientras que en Roma volvería a estrellarse contra el infranqueable muro de Novak Djokovic, en esta ocasión en cuartos de final. Para terminar con la tierra batida en 2015, Nishikori caería de nuevo en cuartos de Roland Garros, consiguiendo su mejor resultado en París pero con la sensación de poder haber hecho algo más en un encuentro ante Tsonga al que a punto estuvo de dar la vuelta.

Como ya había ocurrido el año previo, los meses de junio y julio de Kei Nishikori estuvieron prácticamente en blanco. Tras retirarse por lesión en las semifinales de Halle ante Andreas Seppi, el japonés forzó para jugar Wimbledon, pero terminó abandonando antes de disputar su encuentro de segunda ronda ante Santiago Giraldo. Las continuas molestias musculares que sufría en la pierna izquierda lo apartaron de las pistas durante un mes, hasta reencontrarse consigo mismo al arranque de la gira americana, ya de nuevo sobre superficie dura.

Su derrota en el US Open fue probablemente la más dura del año
Su derrota ante Paire en Nueva York fue, probablemente, la más dura del año (Foto: Streeter Lecka / Getty Images).

Su regreso a las pistas fue espectacular. Superando sus molestias, Nishikori se hacía con su tercer (y último) título del año en Washington, tras ejecutar su vendetta particular ante Marin Cilic y derrotar en la final a John Isner. Un completo oasis antes de un estrepitoso y torturador final de año. Sus semifinales en Montreal acabaron con Andy Murray pasándole por encima, y, tras borrarse de Cincinnati, su debut en el US Open, donde defendía final, se saldó con una durísima derrota ante el francés Benoît Paire. A partir de ahí, semifinales en Tokyo (donde volvería a caer con Paire) y dos tempraneras despedidas en octavos de Shanghai y París.

Pese a todo, Kei Nishikori ha logrado, principalmente merced a los tres títulos cosechados, dos de ellos ATP 500, colarse en su segunda edición de la Copa de Maestros consecutiva, obteniendo el último billete para la misma como octavo clasificado en la ATP Race y aprovechando la enorme brecha de puntos existente entre él y el noveno clasificado, el francés Richard Gasquet. Su presencia en Londres será una recompensa a la regularidad conseguida pese a las molestias y a los continuos intentos por mantenerse en la cima pese a los impedimentos.

Pese a lo que se podía haber previsto a principios de año, Nishikori no será favorito en Londres, mucho menos en un grupo formado por Novak Djokovic, Roger Federer y Tomas Berdych. Su acceso a las semifinales parece, a día de hoy, una completa utopía. Sin embargo, el japonés podrá, de una vez por todas, despojarse de la enorme presión a la que suele verse sometido para disfrutar, al menos durante tres partidos, del deporte que ama. Para jugar al tenis sin pretensiones. Para reencontrarse, en cierto modo, consigo mismo sobre una pista de tenis.