Novak Djokovic gana, asusta y conmociona. El serbio ha hecho del tenis su propiedad privada, y cualquiera que cuestione su autoridad no es bienvenido. Con un tenis poco vistoso, pero demoledor, el número uno del mundo aplasta a sus rivales como si fueran vulgares hormigas.

Andy Murray, teórica némesis del serbio, apenas pudo competir en un encuentro en el que el cansancio físico, y sobre todo el mental, fueron un lastre demasiado pesado para Andy. La ilusión por ganar su primer título en Melbourne en su quinta final, pronto se tornó en una palmadita en la espalda y billete de avión rumbo a Heathrow.

Desgaste físico y mental

Más allá del óptimo resultado, las últimas dos semanas no han sido fáciles para Andy, cuyas emociones han sido el peor enemigo de la extrema concentración necesaria para ganar al mejor tenista del momento.

El atisbo de infarto de su suegro y la inmimente venida al mundo de su primogénito han sido los motivos por los que la cabeza del británico no ha funcionado de la forma que debía.El ritual dequejas, malas caras y reproches han sido el leitmotiv de una final a la que nunca llegó a entrar.

Fotografía: Australian Open
Fotografía: Australian Open

El aspecto físico tampoco ha jugado su baza en favor del escocés. Con un día de descanso menos que su rival y a consecuencia de los duros enfrentamientos ante Ferrer y Raonic, la diferencia física entre Nole y Andy fue más amplia que de costumbre.

Sin la cabeza y las piernas adecuadas, ganar a Novak Djokovic era poco menos que una odisea. 

El rodillo serbio

Aspectos técnicos al margen, el éxito de Novak Djokovic en los últimos tiempos radica en su inteligencia y capacidad de analizar a su rival en cada momento, como un escáner de aeropuerto.

El balcánico conocía a la perfección la situación de Murray. Acopló su eficaz juego a las circunstancias. Solo quedaba esperar a que todo estallase por los aires. Y estalló.

Alejándose de todo riesgo, Novak Djokovic, como huracán que es, fue
erosionando una roca que hoy era más bien arcilla. Los errores de derecha se sucedían y en poco más de una hora un devastador 6-1 y 4-3 lucía en el marcador de la Rod Laver, que susiraba recordando tiempos de mayor competitividad.

Fotografía: Australian Open

Murray y un tenis rabioso y de raza consiguieron dar algo de vida a la final. Pero a esas alturas de la final, el serbio estaba ya en otra dimensión. En el décimo juego, y tras levantar un 40-0, Djokovic metía la marcha de las ocasiones especiales para romper el servicio y cerrar con su saque el segundo parcial.

Con la tranquilidad del que sabe que todo el pescado está vendido, Andy Murray dejó los reproches a un lado. Dos horas después, el de Dunblane seguía un patrón de juego, daba un paso adelante. Metido dentro de la pista, sus golpes hacían daño a Djokovic. 

Estable como un encefalograma plano, el serbio cerraba el partido en un tiebreak en el que Murray cometió dos dobles faltas. Su cabeza llevaba ya un rato en la ducha.

Fotografía: Australian Open

Djokovic se ha propuesto ser el mejor tenista de la historia, llegar a límites hasta ahora desconocidos. Su sexto Australian Open le convierte en el jugador con más títulos en tierras oceánicas, honor que comparte con Roy Emerson, leyenda australiana de los tiempos amateur. 

El serbio, que ha igualado hoy a Bjon Borg, es ya el cuarto jugador con más títulos de Grand Slam, con 11. Entre ceja y ceja, los 14 de Nadal y los 17 de Federer. Ser el mejor de la historia es la meta.