Dicen que nunca se rinde, que para él hincar la rodilla no es nunca una opción. Lo cierto es que en estos casi dos años de calvario, si algo no ha perdido Rafael Nadal es su incomiable actitud. En muchos momentos, él ha sido el único en creer en sí mismo, el único en ver un haz de luz donde todos no hallaban más que frío y oscuridad.

Es muy pronto para dictar sentencias, pero victorias como las de hoy invitan a creer que esta innegociable fe tiene recompensa. La capacidad de levantar un partido en el que el dos del mundo ofrece su mejor versión es una cualidad solo al alcance de los grandes campeones. Y Nadal lo es. Lo ha sido y lo es.

La apisonadora de Dunblane

La tempranera derrota de Djokovic en el torneo, y la irregularidad de Murray en los últimos tiempos, brindaban a Rafa Nadal una buena oportunidad para soñar con un nuevo Masters 1000.

El de Manacor llegaba a las semifinales con las buenas sensaciones que en él habían dejado la meritoria victoria ante Stan Wawrinka. Pero al otro lado de la red, Andy Murray subió varios peldaños su nivel, llegando a una cota en la que parecía imposible que se le escapara la final.

Entre dos tenistas de claro patrón defensivo, uno de ellos debía tomar la iniciativa. El escocés, con un revés endemoniado como principal arma, se hizo dueño y señor del fondo de la pista. Los recuerdos de la última final de Madrid iban llegando a la mente de un Nadal totalmente acorralado. El dominio en el juego terminó por traducirse en el marcador, que en 50 minutos señalaba un 6-2 a favor del número dos del mundo.

Fotografía: zimbio.com

Ataque y reacción

Sentado en el banco, tras perder el primer parcial, donde muchos quedarían enterrados en el pesimismo, Nadal se paró a analizar. Y en su estudio de lo sucedido, el español comprendió que solo defendiendo era imposible doblegar a su rival. 

La clave estaba en conseguir un cambio de roles, y la llave para ello se encontraba en su derecha. La relajación de Murray y la mejora de Nadal equilibraron el encuentro. El dominio británico se esfumó, y su servicio comenzó a resquebrajarse. Los golpes del balear eran cada vez más dañinos, los puntos "Made in Rafa" aparecieron, y uno de ellos supuso un break que sería definitivo para el 6-3 final del segundo set.

La más que presumible victoria de Murray parecía cosa del pasado. La trayectoria del segundo set hacía que Nadal partiese como favorito en el tercero. Allí volvió la "cara más oscura" de Andy, esa en la que la desidia y las continuas quejas  ocultan su magistral talento. Cuando el escocés quiso reaccionar, el 4-1 ya lucía en el marcador, y aunque hubo algo de emoción con numerosas oportunidades de break en el 5.2, Nadal terminó por cerrar un partido que por momentos tuvo perdido. 

De esta forma, Rafa Nadal accede a la final de Montecarlo tres años después. Allí su rival será el francés Gaël Monfils, que derrotó por 6-1, 6-3 a su compatriota Jo-Wilfried Tsonga. El español parte como favorito, y es que no conoce la derrota en las ocho finales que ha jugado sobre la arcilla monegasca.