Nunca un campeón de Grand Slam fue eliminado en primera ronda del torneo en el que defiende título al año siguiente. Esta frase es aplicable a la Era Open, y Wawrinka estuvo a punto de dejarla en agua de borrajas; o mejor dicho, Rosol. Y es que el vigente campeón del torneo parisino tuvo que afrontar un debut realmente incómodo, ante un tenista contra el que se enfrentó hace apenas unos días en Ginebra y que ya le puso en problemas. 

En un día lluvioso, con la pista realmente pesada y habiendo tenido que soportar horas de retraso, el helvético no se desesperó al verse en apuras ante Rosol, sino que se puso el mono de trabajo y acabó sacando adelante un duelo realmente comprometido. Los grandes torneos no se ganan solo con brillantez, sino también con trabajo de intendencia. Wawrinka demostró que puede hacer esto último y sale tremendamente reforzado de cara a la segunda ronda.

Wawrinka hizo de hormiga

No se le cayeron los anillos por verse recluido a fondo de pista y despojado de la iniciativa. Stan respiró hondo y se resignó a tener enfrente a la mejor versión de Lukas Rosol, un jugador temible cuando está motivado. El checo se crece cuanto mayor sea el reto, y en esta ocasión era mayúscula. Lukas encontró en la humedad de la pista y la bola, un aliado inesperado para poder soltar el brazo y practicar su juego suicida.

Lukas Rosol en Roland Garros. Foto: zimbio
Lukas Rosol en Roland Garros. Foto: zimbio

Rosol fue mejor en una primera manga jugada de poder a poder

Halló golpes ganadores en un primer set memorable, que se erigió en un duelo de tú a tú, con un Stan contraatacando con eficacia. No aprovechó el suizo las dos bolas de break que tuvo, y sí lo hizo Lukas con una de las cuatro de las que dispuso, para tomar ventaja en el marcador.

Tras el subidón de adrenalina, el checo se desconectó ligeramente, se desenfocó su punto de mira y eso lo aprovechó Wawrinka para dar un paso adelante. Literalmente. Se metió en pista y comenzó a repartir como en él es habitual, reduciendo a cenizas la excelencia mostrada por Rosol en la primera manga. 

Stan Wawrinka en 2016. Foto: zimbio
Stan Wawrinka en 2016. Foto: zimbio

Pero como si de una montaña rusa se tratara, el checo volvió a ascender, a sentir ese hormigueo en el estómago que ya tuve en Wimbledon 2012 al eliminar a Nadal, y a gritar tras cada golpe ganador. Fueron ocho los conectados, mientras que Stan perdió algo los nervios e incurrió en trece errores no forzados, que le obligaban a remar contracorriente de nuevo.

El checo tuvo sus opciones en el cuarto set,y tras perderlas, Wawrinka dominóY se llegó al momento culmen del partido. Con 2-3 en el marcador para Rosol, el checo tuvo dos bolas de break. Una de ella fue salvada con eficacia por Wawrinka pero la otra...la otra supuso el inicio del fin. Lukas envió a la red un revés golpeado sin tensión, en el que sus hombros se aflojaron presa de la presión que tenían sobre sí. El golpea de esa pelota contra la malla de la Philippe Chatrier supuso el despegue de Wawrinka.

El checo quiso volver al partido pero fue demasiado tarde. Lo intentó cuando el cartel de perdedor colgaba de su cabeza. Con break abajo en el quinto, Rosol se aferró al servicio encomendándose a un milagro. No llegó gracias a la concentración del de Lausana, que no tuvo ninguna dificultad en cerrar el partido con su saque. 

Vía libre a segunda ronda, siendo éste duelo el encuentro que necesitaba un Wawrinka algo falto de confianza. El título cosechado en Ginebra le devolvió la moral, pero un triunfo como éste ante un consumado matagigantes, puede catapultar al helvético al nivel que demostrara el pasado año.