Las nubes se abren, pero los truenos continúan. Retumban en la tierra, aún húmeda tras el paso de la tormenta. Y en los corazones, taquicárdicos por el espectáculo. Allí, en el barro, Rafael Nadal y Novak Djokovic, los dos mejores tenistas del momento, vuelven a la pista (6-3, 6-3, 2-6 y 1-2 antes de la suspensión por la lluvia) para hacer suya la historia. Y desde el principio se lucha con fuego y sangre. Al límite. Es así como el español reacciona (‘break’ inmediato y afortunado tras tocar la bola en la red). Como crece pese a los nubarrones negros (vuelve la temida lluvia con 5-4). Y como culmina con la mentalidad de los elegidos (6-4, 6-3, 2-6 y 7-5) tras tres interrupciones y dos días de batalla. Al final sale el sol para rendir homenaje al campeón. Nadie, ni siquiera Björn Borg, se ha coronado siete veces en Roland Garros. Nadie hizo de la tierra una madriguera.

Desde la reanudación se compite con cabeza. Es ahí donde Djokovic tiembla ante la salida en estampida del número dos del mundo, que vuela de puñetazo en puñetazo (2-2). Ahora las condiciones son propicias para su causa. El piso está seco, con lo que su liftado vuelve a girar endemoniado (la humedad frena las revoluciones de sus golpes). Ahora es él el que ataca. El que ruge. “¡Vamos!”, grita tras recuperar el terreno perdido. Los peloteos vuelven a decidirse por piernas. No hay servicio que no se cuestione, como la víspera, en la que se vieron hasta 14 rupturas. El marcador evoluciona con la misma facilidad con la que lo hace el cielo. En un suspiro se pasa de nubes a sol, de la primavera al verano. Sólo la tensión se mantiene inalterable.

“Si quieres paramos”, le dice Nadal a su adversario con la llegada de la tormenta. Son minutos de dudas. El balear está a un juego de la victoria. Pero no hay tiempo para una nueva interrupción. Djokovic mantiene el tipo (5-5) antes de tirarse al vacío. Sirviendo para forzar el desempate de la cuarta manga, nota el beso frío de la presión al entregar su saque con una doble falta (su error no forzado número 53 del partido, demasiados). Un fatal desenlace con el que evita convertirse en el primer jugador en 43 años en encadenar el Grand Slam (desde Rod Laver en 1969). Y con el que acerca a Nadal a su undécimo grande, sólo por detrás de Roger Federer (16), Pete Sampras (14) y Roy Emerson (12).

Y tuvo que ser en París, en la arcilla donde tantas veces Nadal recupera su fortaleza. Da igual que sufriera el domingo una hemorragia pocas veces vista (0-8). Incluso que desaprovechase una situación inmejorable (6-4, 6-3 y 2-0) para haber cerrado el partido. Es aquí donde demuestra su porte de campeón, donde encuentra sentido a sus golpes pese a haber perdido ante Djokovic las últimas tres finales grandes. Nadie puede discutirle su empeño. Son siete las Copas de los Mosqueteros que iluminan su carrera. Siete las razones que le convierten en el verdadero titán de la tierra.