Esta es una transformación que deja huella. Cuando Rafael Nadal alza el puño en señal de victoria (6-2 y 6-4) frente a Tomas Berdych, nada queda del hombre de las mil batallas. Nada del competidor testarudo, del guerrero que se agarra a sus piernas para mantenerse con vida. A pesar de amontonar más de cinco horas en octavos de final (ante Gulbis) y cuartos (Ferrer), el Nadal que asoma esta tarde por el Foro Itálico es un coloso. Uno que no tiembla ni pregunta. Que ataca con mazo desde el primer golpe a pesar de estar aculado hasta cuatro metros por detrás de la línea de fondo. Y que vence en 77 minutos con un juego que no ofrece aristas (100% de efectividad con segundos saques). Así, agresivo como pocas veces este año, el balear buscará este domingo (16.00 horas) la defensa de su título de 2012 en Roma ante el vencedor de la segunda semifinal entre Roger Federer y Benoir Paire. Y en su octava final de tantos torneos esta temporada. Sencillamente terrorífico.

“Estoy muy feliz”, comenta el manacorense, que llega con los trofeos de Sao Paulo, Acapulco, Indian Wells, Barcelona y Madrid aún calientes bajo el brazo. “Sabía que Berdych era muy peligroso si le dejaba entrar en la pista. Tiene un golpe muy plano y profundo que te destroza. Por eso he tratado de restar muy largo desde lejos para así recuperar pista. Tratar de moverle yo en vez de él a mí”, continúa en declaraciones concedidas a Teledeporte. “Después de dos partidos realmente difíciles estaba un poco al límite físicamente. He jugado un primer set casi impecable, pero luego me he visto un poco cargado del cuádriceps izquierdo. Por suerte he podido evitar la bola de 'break' en contra para el 0-2, lo que habría sido un problema”, ultima.

Lejos de su versión de carne y hueso de los últimos días, el partido radiografía a otro Nadal. A uno repleto de recursos. Arrollador en los golpes y ágil en los movimientos. Sólo con ver su salida se atisba el cambio. Mientras que en las rondas preliminares vivió pendiente del rival, ante Berdych saltó con aliento para derribar montañas. En apenas un suspiro abrió brecha (5-1), sumando hasta 14 puntos de los primeros 18 facturados. Algunos de ellos con sello propio, esos 'passings' que rompen el aire antes de abrir la tierra. Únicamente se midió una vez al vértigo (6-2, 0-1 y 30-40), pero ni se inmutó. Ni siquiera cuando el checo activó su maquinaria de guerra, la misma que remontó un encuentro prácticamente perdido (6-2 y 5-2 adverso) ante Novak Djokovic en cuartos. Protegió su peor flanco (82% de puntos al saque y cinco juegos facturados en blanco) y seleccionó el momento de hincar el diente (ruptura en el 5-4). En ese noveno juego para mentes despiertas.

Tras este nuevo triunfo (35-2 de tarjeta en 2013), Nadal se encarama hacia su octava final del año inmerso aún en una lucha de identidades. Por un lado está la que se agazapa en busca de oportunidades cuando la prueba requiere sangre. Por otro, la versión dominante, la que solicita como remedio la espada en vez del escudo. Ambas apilan cadáveres a su causa, pero sólo la segunda le protege su armadura y le abre el futuro. Roland Garros, donde podría llegar como número 4 del mundo (en detrimento de Ferrer) si defiende su corona en Roma, espera a partir del 26 de mayo. Y para volver a triunfar allí se precisa al verdadero Nadal. A ese jugador que sea dueño de su propio destino.