La segunda pista en importancia del complejo que alberga el Masters 1000 de Shanghái arde. A un lado, sentado en su banquillo, Tomas Berdych. Al otro, Nicolás Almagro. Entre medias Carlos Bernardes, en lo alto de la silla reservada al juez. El brasileño debería ser el más calmado, pero es el más tenso. Su cuello le exige movimientos tan rápidos como el más feroz de los intercambios, y su papel le exige templar gatias mientras por un oído escucha en inglés y por el otro en español. Y habla como puede, con quien puede. Hasta que no puede más: "¡¡Parecéis críos!!", espeta a los tenistas. Estos, a lo suyo; y Bernardes, que ve cómo hace aguas su táctica de tabla rasa, se decide a pasar olímpicamente de ellos, que terminan por pasar a hablar con sus raquetas. Y así es mejor.

Se las traían de antes Berdych y Almagro, especialmente desde el Open de Australia 2012, cuando el murciano le dio un pelotazo en un punto dirimido en la red. A partir de ese encuentro, todas sus batallas en la pista son más bien una auténtica guerra, y la de hoy no iba a ser menos. Entre dos tamaños cañoneros, el primer set discurre a una velocidad de órdago. Nico, saliéndose del patrón de terrícola, toma el mando y dicta a base de winners -hasta 60 en todo el encuentro- pero no logra escaparse de la muerte súbita. Ahí, ambos pierden un punto de set y es el checo el que al resto, con un revés paralelo al alcance de muy pocos, forja la conquista del primer set.

En el segundo acto, lo que pasa en los banquillos tiene casi tanta importancia como los intercambios sobre el tapete. Discusiones, reclamaciones, protestas... Ahí es cuando Bernardes les llama críos, y es cuando Almagro decide volverse niño para tomar las virtudes propias de estos. Con descaro, atrevimiento y sinvergozonería, le pierde todo el respeto a Berdych, burla su cañón con más pólvora y le rompe el saque. Y para demostrar de qué pasta está hecho, el murciano levanta un 0-40 con su saque para firmar cinco puntos consecutivos y poner el empate.

El tercer set no bajó la intensidad en nada, y mucho menos en el tenis. Ambos apretaban a muerte, con primeros saques que eran cohetes y segundos que firmarían como servicio habitual muchos jugadores. Del duelo de pistoleros salió primeramente vencedor Nico, que quebró cuando las manos tiemblan -en el noveno juego- para, a continuación, desperdiciar la ventaja. Prueba de fuego para la cabeza de un tenista al que siempre se ha achacado una gran inestabilidad. Pero hoy no era el día de dar la razón a nadie, y menos a sus detractores. Así que al segundo olvidó el golpe, se ganó el derecho a disputar el tie-break y ahí siguió en la tónica del parcial. Implacable al servicio, le bastó con un minibreak para llevarse el set y el partido. Grito devastador al cielo de Shanghái, que tembló como si el tifón que asoló la ciudad la semana pasada estuviera de vuelta, y clasificación para los cuartos de final.

En esta instancia, reservada a los ocho mejores, a Almagro le espera Del Potro, su verdugo el pasado sábado en las semifinales del ATP 500 de Tokio y que hoy se clasificó sin jugar por la retirada de Tommy Haas, aquejado de problemas de espalda. Rival perfecto para que se tome revancha el bueno de Nico, todo corazón y recuperando las sensaciones en el momento propicio, cuando apura sus opciones de estar presente en el próximo Masters de Londres. Por casta, que no sea.