Vuelve a llegar como todos los años el Masters de Londres para recibir a las ocho mejores raquetas y vuelven a citarse, como casi siempre salvo lesión, los más habituales. Y entre esos, por supuesto, está el dominador más claro del último lustro del tenis: Novak Djokovic. El tenista serbio se postula como el principal favorito a hacerse con la victoria, revalidando así el título conquistado en 2012, en base a sus resultados de final de temporada, excelsos desde que ha llegado la gira final de torneos a cubierto.

Para el de Belgrado, 2013 no ha terminado de ir todo lo bien que debería. Resulta paradójico decir esto de un tenista que, pase lo que pase en el O2 Arena, va a cerrar la temporada como mínimo en el segundo escalón del ranking ATP y con seis títulos a sus espaldas (Open de Australia, los Masters 1000 de Montecarlo, Shanghái y París y los ATP 500 de Dubai y Pekín), pero en un circuito oligopólico las conquistas pierden valor, y son más sonados los descalabros que los triunfos, que poco menos que se dan por hecho.

Tras la derrota en el US Open, lejos de hundirse, está mostrando el mejor tenis del añoEl nivel de exigencia para Nole es altísimo, sobre todo porque la sombra de 2011 (terminó la temporada con 70 victorias y 6 derrotas) es muy alargada. Tanto, que hace que un lapso de cinco meses sin ganar una final parezca una eternidad. Más cuando, en ese periodo regresa un triunfal Rafa Nadal para arrasar con todo cuanto juega, y los focos dejan de apuntar al serbio, a quien solo señalan para recordar que está a punto de perder sus honores de número 1.

Es en ese momento, cuando la presión más parece hacerle mella, cuando renace el mejor Djokovic. El que se resiste a soltar el cetro, aferrándose a él con uñas y dientes con su versión más competitiva, que le ha hecho reponerse a las mil maravillas del fracaso en el US Open. A esa derrota, respondió iniciando una de esas rachas que solo él puede mantener: 17 victorias seguidas -semifinales de la Copa Davis, Pekín, Shanghái y París- para tratar, como sea, de volver al trono mundial antes de que el calendario pase su última página.

Inmerso en esa lucha por demostrar al planeta quién es el mejor tenista de la actualidad, demuestra una competitividad voraz. Cuando otros se hunden, él se crece ante la adversidad para deleitar con su juego, tan perfecto en todas las facetas que asusta. Su inmaculado revés, sin ninguna duda el mejor de los ejecutados a dos manos, no solo sostiene los intercambios en este tenis tan táctico donde el intercambio desde el fondo es la base, sino que le confiere ventajas significativas, tan capaz de cruzar el ángulo más difícil como de soltar un paralelo eléctrico, con una facilidad innata para echarse encima de la bola sin perder un ápice de precisión.

Posiblemente sea su mejor arma, pero ni mucho menos es la única. Con su derecha, igual de peligrosa, es capaz de acelerar con el mínimo esfuerzo cambiando la velocidad de los golpes a su antojo. Con ella crea situaciones ventajosas que no duda en terminar en la red, donde pese a no ser un hábil voleador suele subir con el trabajo hecho, con un gran sentido táctico. A ello le ayuda también su privilegiado físico, con el que alcanza todo y más. Su único punto negro es en ocasiones el servicio, especialmente con dobles faltas en momentos comprometidos, pero en la temporada a cubierto sus mejores rutinas de saque están acompañando. Atrás queda el periodo de dudas de 2009 y 2010, cuando de la mano de Todd Martin varió sus movimientos de servicio sin obtener rédito, y sí creándose problemas.

Llega a Londres en el mejor momento del año

Con todo lo mencionado, y la también previamente citada racha de 17 victorias consecutivas, su carta de presentación le convierte en claro favorito a la victoria. Federer, al que este mismo sábado derrotó en el Masters 1000 de París, sigue adoleciendo de un punto de frescura; Nadal no se adapta tan bien a estas pistas, y lo mismo le sucede a David Ferrer, a quien también se impuso en la final del torneo galo. Por ello, las amenazas son menores, siendo quizás la mayor la de Juan Martín del Potro. Pero Nole, pese a la acumulación de partidos, llega fresco a la cita. Porque cuando se gana, las piernas pesan menos, y la confianza supera al cansancio; sarna con gusto no pica. De este modo el serbio depende de sí mismo para ganar: a su mejor nivel, nadie puede hacerle frente en Londres.