Lionel Messi, sorteando quimeras en Radio VAVEL.

La frontera de nuestra imaginación se sitúa en los límites de lo real y lo irreal, lo posible y lo imposible, en ella construimos sueños e ideas por las que luchar, que en muchos de los casos acaban convirtiéndose en sueños no cumplidos. En aquello que proponemos a la imaginación como posible o verdadero no siéndolo. Seguro que vosotros habéis coleccionado un buen puñado de estas maravillosas quimeras en el desván de vuestra imaginación y preocupante será el momento en el que no lo hagáis, pues será señal de que habéis perdido la capacidad para soñar y de que vuestra imaginación y creatividad se han secado.

Será entonces el momento idóneo para recordar historias y vivencias como la que hoy inunda mi imaginación de sueños, quimeras y una paradójica gran verdad…

Por las calles del rosarino barrio de La Bajada una pulga sueña con un balón sorteando quimeras por las aceras, su nombre es Lionel y cuentan que hasta los cinco años nunca había sentido el contacto de su delicado pie izquierdo con una pelota. En el patio de la casa de su abuela Celia se obró el milagro, sus hermanos y su abuela fueron testigos de cómo la pelota conoció a Lionel para convertirse en su más fiel escudera.

Tan fiel escudera como Doña Celia, su abuela, aquella que lo llevó a la calle Laferrére al 4700, donde a un costado de los complejos del Fonavi, la canchita de tierra de Grandoli se convirtió en el escenario de los sueños de un niño que destiló grandeza cerca de la raya, allá donde el viejo Don Apa (su primer entrenador), le puso por si la pulga lloraba. Y la rompió Lionel, y lloraron todos los demás, grandes y pequeños, al contemplar el maná de los dioses que destilaba su carrera, su conducción. Sorteando quimeras con un balón, quimeras por las aceras de su imaginación, donde suena un tanguito de arrabal por el potrero de la leyenda.

Aquella con la que Messi nos demuestra que tras diez quimeras se esconde una gran verdad, que lo imposible puede llegar a ser posible a través de la creatividad y la genialidad, esa que en su correr transfigurado en viento nos hace dudar si lo real es irreal y viceversa.

Quimeras que permanecen indelebles en su memoria y en la de su padre Jorge, con Newells al fondo y una nueva quimera en el recuerdo que no le permitía crecer. En el instante fugaz y el azaroso destino que le llevó de la “La Barcelona de Sudamérica” a la Ciudad Condal gracias a una firma en una servilleta de Charly Rexach.

Y allá en La Masía de los sueños, tras diez quimeras de un número diez surgió una gran verdad llamada Messi, aquel que nunca descansa y va cada segundo a por su próxima quimera. Ese que ha logrado hacer pequeño el estadio de Kubala, el Camp Nou, mítico escenario que fue testigo del gol nº194 de Laszy, otro coleccionista de quimeras que allá arriba dice sentirse orgulloso de ser alcanzado por un futbolista inimaginable como Lionel.

Y en las fronteras de nuestra imaginación un número diez desafía las leyes de lo racional sorteando quimeras y llevando como cada cual la suya propia de color albiceleste. Un enorme desafío para nuestra imaginación vuela, noventa minutos no bastan, noventa minutos no puede durar la leyenda, queremos más.

Átomos iracundos no dan crédito a lo que ven cuando los neutrinos que destila tu carrera chocan a ras de césped y más allá de la luz para generar una paradoja temporal cada vez que regateas una nueva QUIMERA.