Con mis escasos once años y a más de 1056 kilómetros de distancia, veía en el viejo televisor de la abuela como la mitad de una ciudad vestida de verde y blanco se lanzaba al césped del olímpico san fernandino a celebrar, desahogarse, quitarse de encima el veto a la gloria que le habían impuesto por oponerse a que dineros mal habidos entraran a las arcas gloriosas azucareras.

Desde el infinito un hombre se sentía orgulloso de esto, luego de escasos días de haber partido de este mundo en el cielo un hincha, un visionario, un verdadero verdiblanco, gritaba con fuerza las dos palabras que no logro decir en 22 largos años. Don Alex Gorayeb, fue hombre crucial en la institucionalidad del Cali y su temple evito que el club fuese manejado por un oscuro mundo que azotaba al país y en especial a la región del pacifico y el Valle del Cauca.

Que no decir de un hombre como Fernando Castro, hombre de fútbol apasionado por el Deportivo Cali ese es Pecoso Castro. Oriundo de Manizales, pero más caleño que muchos otros. Su fuerza, su talento, su sapiencia, su carácter ha sido puesto a disposición del Cali tanto como jugador y entrenador. Castro fue el encargado de devolverle la sonrisa a la gente del Cali, la cual, no se veía en los últimos 22 abriles.

Tal vez, mi edad no me permitía divisar la magnitud de lo que fue ese título para Santiago de Cali, los hinchas del Deportivo tenían muchas razones para celebrar a rabiar. Mientras que yo, muy lejos de los cañaduzales, sin probar el chontaduro y sin disfrutar de una feria de Cali, me hice un caleño más, caleño de corazón y un poco egocéntrico, porque, en nuestro futbol solo hay un verdadero club deportivo, y ese es el Cali, lo que nos recuerda el clásico tema del Grupo Niche: “Señores el Cali es Cali, lo demás es loma”.