Como en toda obra literaria que aborde la estructura clásica, el juego presenta un pasado, una actualidad y un porvenir, los cuales se pueden estudiar, analizar y ofrecer como pequeños detalles que den sentido lógico -utópico, claro- a un posible desenlace. Cuando de hacer una previa se trata, el periodista se vale de todos los factores que puedan propiciar un desequilibrio en un enfrentamiento entre dos o más rivales. Definición práctica, no descubro nada con ello

Ahora, teniendo en cuenta las múltiples interpretaciones que se derivan de un mismo dato, de un común resultado, la cuestión radica en qué tomar y que no; qué variables priman en la elaboración de un veredicto y pueden acercar al individuo -periodista, entrenador o cualquiera que se aventure- a la mayor veracidad posible, entendiendo veracidad como la credibilidad que puede generar el anteponer un hecho por encima de otro. La subjetividad enriquece el folklore del deporte y sostiene la idea de quienes reconocen que ''en la variedad está el placer''.

Historial de enfrentamientos, estadísticas, nóminas, rendimiento y dinámica de juego son apenas algunos de los ítems que se tienen en cuenta para decantarse por una u otra opción. La localía, quizá tan obstinada, arbitraria y desleal como las anteriores, jugará este miércoles su función aparte en lo que será la final de vuelta de la Copa Sudamericana entre River Plate y Atlético Nacional.

El día de ayer Marcelo Gallardo, director técnico de la Banda cruzada, corrigió a un periodista en la rueda de prensa, el cual argumentaba que Nacional, su adversario, era el mejor visitante de todo el certamen. El Muñeco sostuvo que sus muchachos eran, habiendo cedido un empate, los foráneos por excelencia, además de enfatizar fuertemente en la mística copera del club y la importancia del acompañamiento masivo de hinchas en su fortaleza, el Monumental de Nuñez. Se apropió del tema. Tomó la localía y se sacó la presión mediática. Lo aplaudo.

Pezzella por Maidana, el empuje de su gente, la categoría que da Teófilo Gutiérrez al plantel y la intención de ganar respetando la idea desde el arranque. La confianza puesta en un discurso sensato termina fascinando hasta al más incrédulo. Si bien admiro a Gallardo y a su forma de trabajar, hoy me tomo el atrevimiento de desafiarlo -de cara a una final, primero hincha- y de recordarle que el estadio y la multitud condicionan a ambos; que la histeria del ambiente y el pánico escénico, aún teniendo la escenografía montada, le pueden jugar una mala pasada. 

En el recuerdo permanecen aquellas proezas que, en su momento, parecían inconcebibles, pero que hoy emergen de las profundidades del campo para relatar los episodios más oscuros, los que refuerzan la esencia del Antonio Vespucio Liberti, nombrado así en honor al presidente del club que decidió la edificación del Monumental. Con solo mencionar el mítico 5-0 que le propinó Colombia a Argentina, sentenciando así su clasificación al Mundial de 1994 y forzando a los gauchos a orar en las gradas por un repechaje, la memoria se tiñe de un solo color: el del ''¡sí se puede!''.

Al recuento se añaden, por orden cronológico y no de importancia, sucesos adversos en la propia historia millonaria. La eliminación en semifinales de Copa Libertadores a manos de Boca Juniors, su eterno némesis, el famoso '8M' que patentó la remontada de un San Lorenzo con nueve hombres y que dejó en el camino a River en la Libertadores del 2008 y el descenso a manos de Belgrano en 2012, tal vez el momento más trágico en la historia riverplatense, son hechos que demuestran que el Monumental, en toda su presencia y majestuosidad, puede también venirse abajo.

Quizá sea Nacional el que proponga las condiciones de la contienda; quizá los dirigidos por Juan Carlos Osorio interiorizen su obligación y sacrifiquen cuerpo y alma en pro de la victoria, o quizá sea River quien apabulle a su rival y levante su primera Sudamericana en territorio. ''Los de afuera son de palo y en el campo seremos once para once'', decía Obdulio Varela, capitán uruguayo, tras recibir el primer gol de Brasil en la final del Mundial de 1950, ante un Maracaná repleto. Quizá sea esta, a puertas de la definición, mi única certeza.