Reafirmación futbolística, esa es quizá la forma más cercana de describir futbolísticamente hablando lo hecho por el Atlético Nacional de Reinaldo Rueda durante esta Copa Libertadores que ya lo tiene como uno de los finalistas. 

La fase de grupos rozando la perfección, para todos los gustos, con una fase de eliminación directa sorteando las dificultades, cómo todo equipo con carácter y jerarquía. Y ayer, confirmando todo lo bueno que se habla acerca de un equipo colombiano, que hace mucho figura en la escena continental, y es el que mejor fútbol despliega día en el continente.

Mirando netamente lo ocurrido ayer, la riqueza táctica y de elementos que tiene Nacional afloró apenas el marcador estuvo en contra. Con todo y que los nervios y ansiedad ante la adversidad jugaron una mala pasada, el control y dominio no fueron escasos cuando el partido lo necesitó. Y mucho menos fiereza y contundencia, de la mano con Miguel Borja y su estado de gracia.

Sao Pablo no planteó un partido entregándose, no fue ninguna novedad que saliera al campo  en busca de la épica. Aunque el resultado no fue el que  quisieron, dejaron detalles de un equipo digno de estar donde estaba, en las semifinales de una Copa Libertadores.

Pasando cronológicamente por el transcurrir del juego, se notó que Sao Pablo estudió con más certeza a Nacional, la presión alta que usó en el juego así lo demostró. Con Wesley y Hudson asfixiando el inicio y salida de los volantes de primera línea forzando al pelotazo donde buscaban siempre imponerse en las segundas jugadas para ganar terreno y espacios a espaldas de los laterales. Así, llegó el gol de cabeza por medio de Calleri.

Pero Nacional, rico en recursos y figuras, supo soportar el aluvión anímico de los paulistas con Alex Mejía de comandante, ordenando el medio campo, entendió que el juego interno no sería una constante y eligió a la perfección cargar todo el circuito en las bandas, con Berrio y Marlos abiertos propensos a la ubicación de Macnelly o Sebastián Pérez. Complementados por los movimientos de Borja, arrastrando a los centrales rivales hasta zonas de debilidad para ellos.

Con el empate de Borja, tras trazar una diagonal leída a la perfección por Berrio, denotando desde ese momentos automatismos positivos en el ataque, Nacional comenzó a hacerse dueño del balón, de las acciones y el peligro. Con Macenelly Torres como brújula, seleccionando a que sector y con quien jugar, asociándose con Marlos en espacios reducido y buscando a Borja en largo.

La parte completaría no fue muy distinta a la primera, Sao Pablo mostró de nuevo la intención de buscar el juego gracias a los cambios de Bauza, pero Nacional retomó una de las facetas más admiradas y envidiadas de toda la Copa, la del fútbol control. Con aterales lanzados taponando la salida rival, un volante acompañando al gestor y tres delanteros despiertos con sus movimientos de ruptura.

Fue el futbol control lo suficientemente efectivo como para que Nacional se afianzara en el juego y lograra la ventaja, con la entrada de Guerra el dinamismo apareció y con él la acción de penal que concretó Miguel Borja. Luego el partido se desvirtuó, los reclamos innecesarios hacia el juez terminaron por dejar a Sao Pablo en desventaja numérica y anímica. La historia se liquidó antes de tiempo, pero con la imponente figura de Atlético Nacional como finalista de la Copa Libertadores.