Las palabras parecen cortas. Hablar hoy de Atlético Nacional se presenta como un reto; no por la escasez de temas, sino por la abundancia de calidad que día a día ofrece y que, en repetidas ocasiones, pareciera querer agotar las opciones que el lenguaje nos ofrece para lograr expresar lo que nuestros ojos presencian atónitos, nuestros oídos escuchan fervientes y nuestro corazón late de manera fulgurante. La piel se sensibiliza, el escalofrío no se hace esperar, mientras que la mente —inquieta— piensa en grabar estos momentos en la historia de manera eterna. ¿Cómo lo viví? ¿A quién abracé en ese grito rompe cuerdas de gol? ¿A qué se le compara? Todas respuestas personales, que usted lector, sabrá proporcionarse a sí mismo.

Frente a Coritiba FC jugábamos un partido por cuartos de final de Copa Sudamericana. ¿Si? A veces creo que es ser ajeno y frío pensarlo de tal forma. El día miércoles 26 de octubre a las 6:45 p.m. nos jugábamos un poco más. El desarrollo del encuentro sí que lo confirmó.

Atlético Nacional se ha ido convirtiendo en un equipo de culto —que ya lo era, hoy mucho más—, promotor de un fútbol lírico que no abandona el orden al defenderse y que, al atacar desata el caos y el infierno para la fase defensiva —y los jugadores que con ella se comprometan— del equipo rival. Un mar de talento, trabajo y sacrificio que cada vez logra mayor expectativa en diversos —e insospechados— rincones del globo.

No es extraño hoy encontrarse con el comentario de un brasilero seducido por un fútbol que representa como ninguno la mística de la técnica sudamericana. Tampoco es menos probable identificar a un español que hace un espacio en medio de sus horas de sueño para dedicarle poco más de 90 minutos al equipo 'verde de la montaña'; ese, "provinciano", como algunos le llaman. No. No es raro encontrar ejemplos en el orbe ávidos de fútbol, con desparpajo, técnica y hasta "maña" que le otorga la experiencia. Fútbol sudamericano en su máxima expresión.

Ingleses y no pocos europeos, estadounidenses, mexicanos, sudamericanos en general, uno que otro habitante —o paseante— del continente africano y aún más extraños y escasos asiáticos he tenido la oportunidad de atisbar. De Oceanía aún no he identificado el primero (perdón, les fallé) pero ya llegarán.

La gente acude a Atlético Nacional por fútbol, y fútbol recibe. Ni hablar de nosotros, los hinchas, que en ocasiones nos cuesta emocionarnos sin llegar al llanto o cuanto menos, a una tenue vacilación de la voz, que se pretende ocultar ante la sensación sublime que al pecho embarga. ¿Nunca ha estado enamorado? Esto se le parece. Qué digo "se le parece", lo es. Es amor, y es amor correspondido. Poco importa al final el gasto y los esfuerzos realizados para ver a Atlético Nacional: hay recompensa.

Entonces surge la pregunta de nuevo: ¿Qué nos jugábamos el día martes 26 de octubre ante el Coritiba FC de Brasil? Prestigio, nombre, casta, compromiso con la historia, récords, respeto, confianza, imagen ante el mundo y ante rivales que por nosotros aguardan. Estos, por nombrar algunos de los valores (activos) intangibles que desde la cuna parecieran ser parte constituyente de la identidad 'verdolaga'. Y ni hablar de jerarquía, término hoy por hoy tan "perrateado" que cualquiera pareciera atreverse a usarlo sin primero habérselo ganado. Reservemoslo.

Ser ​campeón de la Copa Libertadores de América obliga; ser bicampeón, más. Ser el líder (primero con 97 puntos) de la tabla histórica de la Copa Sudamericana compromete. Ser el máximo campeón colombiano de títulos profesionales (nacionales e internacionales) empuja y convoca. Hay que ser grande como Atlético Nacional sabe serlo para pensar en gestas grandes, enormes, continentales, mundiales.

Ayer en la noche ​se lograba el récord institucional de goles en un año calendario (o solar) en 69 años de historia; 127 goles —y contando— que enmarcan tal vez lo que es hoy la hora más perfeccionada del club, de muchas horas gloriosas, llantos y alegrías. Como si fuera poco, aparece un Miguel Ángel Borja inspirado, artista del gol "de otro planeta" para en una jugada de alto vuelo —literal, de alto vuelo— dibujar una pintura en el techo mismo de la capilla de nuestra memoria. Lo recordaré por siempre.

Como dato curioso, pero demostrativo, Borja era minutos después (y por un par de horas) tendencia mundial. Sí, mundial, leyó bien.

Es entonces, una oportunidad —de muchas— y un momento propicio para agradecer, para tener memoria, para alentar al éxito (más) y ser magnánimos en el tropiezo, cuando nos deba corresponder. Aprovecho el espacio esta vez para disculparme por no caer en el análisis frío y puntual del desarrollo del juego desde la cifra y el tecnicismo, por no abaratar este momento con el hábito instalado de analizar jugadas y medir el instante por ello.

Usted​, hincha de Nacional, es afortunado. Sea feliz, viva feliz, disfrute e ilusionese con más. Este equipo todo lo puede, Atlético Nacional tiene talla Mundial.