Las estadísticas de suicidio no son más que hojas de cipreses caídas, tan solo fríos números para los que los individuos no cuentan. Los censos de mortalidad dejan de lado la historia de vida de cada suicida: su origen, su entorno y sus sobrevivientes. Pues las estadísticas del suicidio borran la historia de cada individuo, y una verdad  difícil de encajar para el resto de los mortales, que no conciben el hecho de que enredado en un desequilibrio profundo, un ser humano puede llegar a la conclusión de que morir es menos doloroso que seguir viviendo. Y aunque los muertos no hablan y los locos tampoco porque nadie los entiende, el suicida deja escrito con “su” acto, una decisión irrevocable que provoca un sinfín de especulaciones y reacciones de estupor entre sus congéneres. Pero como muy bien decía Unamuno “No hay nada más menguado que el hombre cuando se pone a juzgar y suponer intenciones ajenas”

Y en el errado juego del juicio de la intención ajena, la historia entrelaza sus ramas partidas y trajes de madera a medida para dibujar una historia escrita hasta la saciedad, en prosa, crónica negra y cuento. La historia de Abdón Porte

Sobre el círculo central del Gran Parque Central de Montevideo dicen que late el corazón sobre el que se erige el templo sacralizado del Club Nacional de Montevideo y sobre aquellos metros cuadrados de césped las violetas húmedas de la historia crecen al caer la noche del recuerdo.

Y dicen que con la humedad del ocaso la etérea y fantasmal figura de un hombre recita moribundo por la ausencia. El olvido permanente se resbala por el césped y el salto imponente de un esqueleto derrama lágrimas de espuma. El sonido de una ovación queda interrumpido por la estridencia de un disparo que abre paso a un intenso perfume de violetas. Es la fantasmal e idolatrada figura de Abdón Porte, leyenda Nacional que decidió cerrar su carrera deportiva de una manera trágica e irreversible.

Corrían tiempos en los que la radio y la televisión no llegaban aún a las casas, la prensa y la transmisión boca a  boca de los aficionados se encargaba de generar el mito y la gran popularidad de los jugadores, que comenzaron a interpretar el papel de héroes e ídolos que tradicionalmente desde entonces se les ha adjudicado. Pasiones deportivas se generaban entorno a determinadas instituciones deportivas que lograban entrar en las casas y corazones de la gente, en los sueños de los niños. Entonces por el fútbol no corría un solo dólar, como dice Galeano se jugaba a lo sumo por el vino y la mortadela, pero sobre todo por la gloria.

Y a comienzos de 1911 llegó a Nacional un chico llamado Abdón Porte que había desarrollado su carrera en diversos clubes de Montevideo y estaba predestinado para la gloria. Jugó su primer partido como titular durante un partido amistoso ante el Club Dublín. Porte fue un producto típico de la época, un chico humilde, con una formación cultural no muy importante que llegó al mundo del fútbol y comenzó a sentir y experimentar que su vida giraba entorno a su participación como defensor de Nacional. Figura idolatrada y capitán del equipo, su temperamento, golpeo de cabeza y mentalidad ganadora, le hicieron creer parte fundamental e indispensable para el funcionamiento glorioso de Nacional. Se sentía parte del continente y contenido de la gloria del club de Montevideo. Fibroso, alto, espigado y dotado de unas condiciones físicas muy importantes, su concurso sin duda fue crucial en aquella victoriosa etapa de Nacional.

Muy querido en el club y sumamente considerado no solo por sus cualidades futbolísticas sino por sus dotes humanas, gozaba de un alto predicamento en la institución. La afición le profesaba un enorme cariño, le tenía como ídolo por la forma que se entregaba en la defensa de la camiseta de Nacional. Porte se llevaba muchas ovaciones, era el escudo de Nacional volando por Parque Central, lo adoraban, era pura pleitesía. Contribuyó a que Nacional conquistará varios Campeonatos del fútbol uruguayo, también alcanzó la gloria a nivel internacional. Sin embargo su carrera en 1918 tuvo un desenlace inesperado.

En aquellos tiempos los equipos los elegían las comisiones directivas, en las que a lo sumo había un entendido en temas deportivos. Tradicionalmente una pizarra servía para hacer la convocatoria de los once elegidos para conformar el equipo titular de Nacional.  Y a Porte como a todo ser mortal, le llegó el momento en el que producto de los años comenzó a no tener la titularidad asegurada en el club. Cuentan que en un momento determinado Abdón se enteró de que no iba a jugar como titular como habitualmente lo hacía. Es más intuyó que en poco tiempo Parque Central dejaría de ser el escenario de sus sueños.

Como hombre responsable, consciente y lúcido se percató que en su disfraz de héroe los jirones del tiempo habían relegado su popularidad a un segundo término. El brillo de su carrera empezaba a no contar, se perdía en las sombrías esmeraldas del olvido y el recuerdo. La solidez del roble que había sostenido los corazones de Nacional seguía vivo en el pasado pero enterrado en su presente; en la tumba de su pena el recuerdo era la cadena que sujetaba lo vivido.

Ídolo de la hinchada que lo amó, a cierta altura de su vida dejó de ser aquel al que la multitud se entregó. La ovación se tornó en silbido y para Abdón, bandera de Nacional, la silueta del declive fue formando su delirio hacia espinas de martirio. Y cargando el arma de su rabia con ramos de lirios, a la edad de 38 años entendió que no estaba en condiciones de serle útil a su estimado equipo

El 5 de marzo de 1918 tomó una trágica decisión que desencadenó un hecho que es desconocido por muchos seguidores del fútbol

En la noche de ese 5 de marzo Porte acude a la sede de Nacional, la sede no estaba ubicada donde está el Parque. A la hora en la que habitualmente solía retirarse lo hace, toma el tranvía que lo conducía a la zona de la Unión, llega hasta el Parque Central, se dirige al centro del campo de juego y sega su vida pegándose un balazo en el corazón, sin atisbo alguno de duda, haciendo reventar su corazón bolso que partido hizo brotar sangre púrpura y tiñó de rojo escarlata la moqueta verde de la fama, de sus sueños. Porte que no concibió poner fin a ese ciclo triunfante, se rebeló ante la horrible posibilidad de dejar de ser ídolo. Resolvió tomar esa decisión que culminó de una manera trágica, pero que a su vez marcó uno de los capítulos más formidables que conforman el romanticismo del fútbol y la época amateur del campeonato uruguayo que se vivió hasta 1932.

Y es que Abdón no eligió morir de cualquier manera, eligió morir en parque Central, en el centro del terreno de juego, con la mano llena de pólvora, el corazón roto y un ramo de violetas brotando de su corazón bolso. A centímetros de su mano una misiva al presidente del club, el doctor José María Delgado:

“Querido Doctor Don José María Delgado. Le pido a usted y demás compañeros de Comisión que hagan por mí como yo hice por ustedes: hagan por mi familia, mi prometida y mi querida madre. Adiós querido amigo de la vida.

"Nacional aunque en polvo convertido / y en polvo siempre amante. / No olvidaré un instante / lo mucho que te he querido. / Adiós para siempre. / En el Cementerio de la Teja con Bolívar y Carlitos.”

Abdón Porte.

Eduardo Galeano se ocupó de su vida y muerte y Horacio Quiroga hizo un cuento magnífico que sirvió como fuente y crónica de sucesos. Los sucesos que abrumaron al niño, superaron al hombre y mataron al ídolo, a un chico demasiado humilde devorado por la fama. Su historia es tomada por los hinchas como ejemplo llevado a la máxima expresión de entrega a unos colores. Morir por un equipo, lo máximo que se puede imaginar, pues como cuenta Galeano los jugadores dependían completamente de ese vínculo que tenían con los hinchas, actuaban al servicio de ellos y como instrumento de una religión en el que jugar era un acto de fe.

Al quebrarse ese vínculo, la vida de Abdón Porte, que pocos días antes había anunciado su casamiento, se quebró. Sus esquemas vitales que siempre habían girado entorno a un balón, que era el de Nacional, se fueron al traste. Y aunque Porte murió por su equipo creo que Abdón apretó el gatillo por miedo a la soledad, a dejar de ser parte de su sueño y ser engullido por el olvido. La ruptura de aquel fuerte vínculo le llevó a la conclusión de que morir en el centro del campo de la eternidad era menos doloroso que seguir viviendo en el destierro del olvido.

Hincha ferviente de Nacional, ese sentimiento, esa pasión explicó su final. Como todo buen suicida había llegado a la conclusión de que había muerto mucho antes de llegar a Parque Central con el revólver cargado, su vida era de mentira y decidió no seguir simulando la falsa vida feliz de un hombre tremendamente infeliz. Con él comenzaron a marcharse los ideales de un fútbol que como Abdón Porte se nos fue con aquel disparo, pero que nos dejó una enseñanza que sigue vigente casi un siglo después: la fama devora al hombre y hace crecer a un monstruo que sucumbe cuando se rompe el cordón umbilical que le une a la grada. A aquel vínculo que una noche de marzo se rompió en el centro del pecho de Abdón: el círculo rojo central de un templo por el que deambula un fantasma que dispara directo al corazón de Nacional.