Hay sueños que se cumplen. Hay otros que no. Y hay otros, que se vuelven en pesadilla. La aspiración de la selección brasileña de conseguir la sexta estrella como local acabó hecha trizas hace cuatro días, cuando recibió la mayor goleada de su historia. La final de consolación no era consuelo para nadie. Demasiado que perder. Nada que ganar. El partido, un marrón antes de jugarlo, terminó convirtiéndose en un suplicio para un equipo que ha terminado su participación en el torneo completamente destruido. Holanda, sin presión y con ganas, salió al césped del Mané Garrincha a echar sal en la herida abierta.

Sabedores de que nada de lo que hicieran podría compensar el partido contra Alemania, los brasileños se marcaron como objetivo ser el vaso de agua que compensa un trago amargo. Con Neymar en el banquillo apoyando, cantaron el himno con ganas y arrancaron el choque con sensación de motivación.

KO en el primer golpe

Antes de cualquier opción de redención, el partido se rompió. Solo dos minutos después del pitido inicial, Robben rompió en velocidad, recibió de Van Persie y se dispuso a encarar a Júlio César. Thiago Silva le agarró del hombro y le derribó. El árbitro se fue a los once metros sin dudarlo y le mostró tarjeta amarilla al capitán brasileño. La falta fue fuera y era ocasión manifiesta de gol. Van Persie ejecutó a la perfección acrecentando las dudas de Brasil sin haber empezado a sudar.

El agarrón (fuera del área) de Thiago Silva a Robben, que dio lugar al penalti. (Foto: Celso Junior | Getty).

El partido apenas había empezado y los locales ya estaban perdiendo. Los amarillos se vieron remando contracorriente demasiado pronto y cualquier atisbo de remontada para compensar la humillación sufrida en semifinales fue aplastado cuando en el minuto 16, Blind hizo el segundo. Mazazo. Un centro desde la derecha de De Guzmán, que arrancó en fuera de juego, acabó en los pies del lateral izquierdo que, con una calma poco habitual en un defensor, alojó el balón en el fondo de la portería de Júlio César.

Oscar no fue suficiente

No todo fue negativo para Brasil. El partido sirvió para encontrar un futbolista ofensivo de nivel en ausencia de Neymar. El jugador del Chelsea quiso tirar del carro y empezó a aparecer por todas partes del campo. Por los costados, por el medio, Oscar lo intentaba, pero sus compañeros no le seguían.

Holanda no sufrió

Las acciones individuales del exjugador del Inter de Porto Alegre eran la única posibilidad de gol local. También en la pelota parada, pero esta vez ni Thiago Silva ni David Luiz consiguieron atinar en las faltas laterales. En una de ellas se dio la ocasión más clara de la Canarinha. Una prolongación de Luiz Gustavo en el primer palo, que ni David Luiz ni Paulinho acertaron a empujar a gol. El entramado defensivo propuesto por Van Gaal maniató a un Brasil, que ya de por sí carecía de propuesta ofensiva en estático.

El planteamiento del técnico holandés fue perfecto. Ahogar las limitaciones en salida de balón de los amarillos y correr a la contra con un Robben desatado. El jugador del Bayern ha firmado un Mundial superlativo y hoy ha se ha destapado como el único futbolista que ha superado a Thiago Silva en todo el torneo.

A la guerra con espadas de madera

Es cierto que cuando hay camisetas amarillas sobre un campo siempre son favoritas. Por peso. Por tradición. Pero no es menos cierto que las expectativas sobre Brasil en este Mundial han sido demasiado altas. La segunda parte fue un claro ejemplo de ello. El corazón y el empuje son muy importantes, pero llegados a cierto nivel, es imposible ganar sin algo más. Los problemas de la Verdeamarelha para fabricar fútbol rozan lo incomprensible en un país con esa historia a cuestas. Fernandinho relevó a Luiz Gustavo en la segunda parte, pero la tónica fue la misma. Quizá peor. Solo cuando Oscar retrasaba su posición, el juego tenía cierto criterio.

Solo Oscar puso algo de luz en el bando local. (Foto: Buda Mendes | Getty).

Para Holanda, el partido fue sencillo. Demasiado sencillo. Apenas sufrió, ni siquiera en la segunda parte cuando se presumía un aluvión local. Nada. Confiados por el marcador y agrandados por las dudas de su rival, los de Van Gaal tuvieron la situación bajo control en todo momento. Y lo que puede resultar más humillante para Brasil: la sensación de que no quisieron golear.

Golpe de gracia

Scolari movió ficha e introdujo a Hernanes por Paulinho. El único futbolista capacitado para generar algo de fútbol en la zona ancha, saltaba al campo por fin. Su entrada no cambió demasiado el panorama, pero sí al menos pareció dar algo más de fluidez al juego. El ingreso de Hulk por Ramires ayudó a que Brasil se fuera más arriba. Eléctrico el del Zenit que, al menos, lo intentó.

Las expectativas sobre Brasil eran demasiado altas

Más allá de algún disparo lejano, los Países Bajos no tenían ningún problema. Nuevamente los tres centrales brillaron. De Vrij, Vlaar y Martins Indi han cuajado un Mundial fabuloso a pesar de su inexperiencia. Cierto es también que el paupérrimo nivel de Jo es incapaz de poner en jaque a casi ningún defensa del mundo.

Cuando el partido llegaba a su fin, sin juego, sin intensidad, sin ocasiones, Holanda le puso la puntilla a Brasil. Con el tiempo ya cumplido, una nueva incorporación de un lateral, Janmaat en este caso, terminó en un centro al área que Wijnaldum remató a gol.

El tercer tanto fue la gota que colmó el vaso. La paciencia de la torcida se agotó y el estadio estalló en un clamor. Pitidos que todos juntos formaban un bramido de protesta. Una censura para Scolari y sus futbolistas. Van Gaal se permitió el lujo de meter al tercer portero, Vorm, para que de esta manera los 23 jugadores que llevó al Mundial tuvieran minutos.

El partido acabó y con él la pesadilla sobre el césped de los futbolistas brasileños. Los Países Bajos recibieron de Blatter la medalla de bronce y la disfrutaron. Se van invictos y con unas sensaciones que superaron ampliamente las expectativas creadas. El día y la noche. Brasil ha agrandado la sangría que provocó Alemania el martes. Una derrota que elimina cualquier mínima posibilidad de que Scolari continuase al frente de la Canarinha. Un torneo que dejó claro que este Brasil no tenía mimbres de campeón y que jugar como locales fue mucho más una losa que unas alas. Pero la grandeza también es levantarse. En los cinco Mundiales posteriores al famoso Maracanazo, Brasil fue campeón en tres. A veces hace falta derruir para poder construir. Habrá que ver cómo afronta ese proceso la Pentacampeona.

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Sobre el autor
Borja Refojos
Estuve en VAVEL desde octubre de 2012 a enero de 2016. En ese período coordiné la sección del Celta desde julio de 2013 hasta diciembre de 2015, así como la cobertura del Mundial 2014, además de escribir crónicas, reportajes y todo tipo de artículos informativos. Actualmente trabajo como redactor en la Axencia Deportiva Galega (ADG Media) y colaboro en tuRadio 88.4 Vigo. Email de contacto: [email protected]