Hace siglos, cuando los navíos se encontraban en medio del océano, en medio de la noche, la Estrella del Norte era el faro que marcaba el camino. La referencia. Pero lo era (y lo es) en el Hemisferio Norte. En el Hemisferio Sur, la referencia celestial son cuatro estrellas brillantes que marcan el camino en el firmamento. La Cruz del Sur. La constelación guía en la mitad meridional del planeta. Un símbolo que aparece en varias banderas de países australes, en la de Brasil entre ellas.

Cuando más perdida estaba, cuando más sufría, cuando no encontraba su sitio, Alemania miró al cielo y vislumbró el camino; venció a Argentina y alcanzó su cuarta estrella. Alcanzó su propia Cruz del Sur.

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Ambiente de gala, tensión que se cortaba con un cuchillo, ambientazo en las gradas. Todos los ingredientes del partido más importante del mundo del fútbol hicieron acto de presencia en Maracaná. La noticia estuvo en la lesión de Khedira, que se cayó del once tras lesionarse en el calentamiento. Kramer ocupó su sitio.

Dos estilos contrapuestos muy definidos

Tras los himnos, el choque empezó con los conceptos muy claros en ambos equipos. Alemania salió a mandar. Sin miedo. Sin especulaciones. Los de Löw quisieron demostrar desde el primer minuto que llegaron a la final del Mundial para ser protagonistas. Circulación rápida, combinaciones precisas y asociaciones constantes. Enfrente, Argentina, bien arropada en su campo esperando su momento. Sabedores de que Boateng y Hummels son centrales muy lentos, los de Sabella salieron a buscar portería cero y a encontrar su momento a la contra.

En los primeros minutos, Alemania puso el ritmo. Merodeando el área continuamente, con mucha presencia de Kroos, Müller y Lahm. Sin embargo Argentina aguantaba a la perfección. Sin apuros. La batalla táctica se estaba desarrollando sin sobresaltos, con dominio germano. Pero, poco a poco, la sensación empezó a cambiar. Higuaín y Messi atacaron constantemente la espalda de los laterales y Lavezzi buscó el punto débil de la defensa alemana, Höwedes, con punzantes conducciones.

Errores de singladura que marcan de por vida

En esa inercia en pleno cambio llegó la mejor ocasión de Argentina. Un error garrafal de Kroos en la entrega de cabeza, dejó a Higuaín completamente solo delante de Neuer. En una decisión incomprensible, el delantero del Nápoles chutó de primeras cuando tenía tiempo para bajar la pelota y encarar portería. El balón se perdió a la derecha del marco alemán.

La tuvo Höwedes. (Foto: Lars Baron | Getty).

Esta ocasión frenó en seco a Alemania. Un susto muy grande que dejaba claro que los germanos no iban a ganar con la gorra. Un problema añadido fue la lesión de Kramer, que tuvo que dejar la final tras quedar grogui en un choque con Garay. Schurrle le relevó. La Albiceleste siguió percutiendo con intensidad, con agresividad, dejando a los de Löw muy lejos de su área. Tocando en posiciones intrascendentes. En esos minutos apareció Messi y Argentina empezó a generar sensación de peligro cada vez que pasaba del centro del campo. Veticalidad. En una de las incursiones desde la derecha, Lavezzi centró para que Higuaín rematase al vuelo a gol. Estallido de alegría que el árbitro frenó en seco. Fuera de juego claro que conservaba el 0-0 en el marcador.

En un nuevo giro, poco a poco, Alemania recuperó la compostura, y volvió a encontrar su juego. De nuevo dominando con claridad. De nuevo tocando en campo rival, en zonas peligrosas. Los últimos cinco minutos del primer tiempo fueron un arreón germano. Un disparo de Kroos y un centro de Müller muy peligroso. Pero la gran ocasión llegó en el último minuto. Höwedes, a la salida de un córner, conectó un cabezazo a bocajarro que se estrelló contra el palo izquierdo de la portería de Romero. Otra ocasión de la que acordarse al final del partido.

Paso adelante del navío argentino

El paso por vestuarios le sirvió a Argentina para darse cuenta que no era inferior. Que no se la estaban comiendo. Que los alemanes eran de carne y hueso. Con esa convicción salió la Albiceleste al césped de Maracaná. Presión muy alta que cogió desprevenida a los germanos. Solo necesitó de un minuto Messi para ganar al espacio y tener su ocasión para ser decisivo en la final. Sin embargo, el crack azulgrana falló. Cruzó su disparo en exceso ante el suspiro profundo de Neuer.

La tuvo Messi. (Foto: Getty).

En esa inercia, Argentina siguió mordiendo, presionando, percutiendo. Agüero entró desde el principio del segundo tiempo por Lavezzi buscando más gol, pero el Kun no dispuso de ninguna ocasión. El paso de los minutos estaba dejando una sensación muy palpable. Alemania bajó mucho en nivel físico y varios jugadores empezaron a mostrarse más discontinuos. Kroos perdió mucha presencia y Hummels acabó tieso. La Albiceleste, con espacios a la espalda de los centrales, vislumbraba el gol.

Pero Alemania es Alemania. Nunca se rinde. Si Kroos bajó, Schweinteisger emergió para sujetar al equipo en el medio. Si Hummels estaba fundido, surgió un sorprendente Boateng que fue capaz de anticipar a los delanteros argentinos y cortar varias contras directas a puerta. Por fuerza de voluntad y amparándose en un Lahm incombustible y un animoso Schurrle, la Mannschaft equilibró el partido.

Argentina no supo aprovechar la endeblez defensiva alemana

En los últimos minutos apareció el miedo a perder. Las piernas se agarrotaron, llegaron los pelotazos (también en Alemania) y las malas entregas. Un error podía desequilibrar la balanza. Pero la ocasión definitiva no llegó. Algún tímido intento de Messi, que hoy sí, tuvo más presencia y poco más. Sabella introdujo a Palacio para dinamizar el ataque y a Gago para equilibrar en el medio. Por su parte, Alemania dispuso de un flojo disparo de Kroos y un par de internadas de Schurrle, que fue el futbolista teutón más fresco en la parte final de choque. Pero el miedo pudo al atrevimiento y el resultado no se movió. Como en los tres últimos Mundiales, la prórroga volvía a hacer acto de presencia en la final.

Velas albicelestes resquebrajadas

Llegó el tiempo extra. Los nervios a flor de piel. Las piernas cansadas y los calambres en todas partes. La fogosidad argentina se diluyó con el paso de los minutos. Otra prórroga, la de Países Bajos en semifinales, parecía pasar factura a los de Sabella, que perdieron paulatinamente su agresividad. Alemania ya venía fundida del tiempo reglamentario pero, a igualdad de fuerzas, se impuso la calidad. Los germanos tocaron más y más, cada vez más arriba, cada vez más seguros. A pesar de que Gago entró fresco, no aportó absolutamente nada, ni en ataque ni en defensa. Las ideas ofensivas de la Albiceleste se redujeron a balones largos para que Agüero, Messi y Palacio le ganaran la partida a la lenta y agotada defensa alemana. Y así sucedió. En un centro desde la izquierda, Hummels es incapaz de saltar y Palacio controló dentro del área, solo contra Neuer. En ese momento el peso de la responsabilidad aplastó el futbolista del Inter que definió muy mal. Intentó una floja vaselina sobre la salida del portero que se marchó desviada y a la que habría llegado Boateng de haber cogido portería. Un error garrafal.

A igualdad de fuerzas, la calidad se impone

Se suele decir que quien perdona lo acaba pagando. Ambos perdonaron en la primera parte y equilibraron la premisa. Pero en la prórroga solo perdonó uno y la máxima se cumplió. Argentina lo pago muy caro. Alemania se fue con todo hacia adelante, atacando con muchos efectivos. Götze y Schurrle eran los más frescos. Los destinados a desequilibrar. Los que desequilibraron. La tuvo primero el del Chelsea a pase del del Bayern, pero su remate se fue muy centrado y Romero reaccionó bien. Superada, Argentina endureció el partido en la prórroga, provocando numerosas faltas. En una de ellas, Agüero golpeó a Schweinsteiger en un salto y le abrió el pómulo. El bravo jugador bávaro aguantó los noventa minutos a pesar de que recibió una infinidad de golpes. Mariscal.

Puerto 112, puerto estrella

Si hace cuatro años, Andrés Iniesta encontró el minuto mágico para la selección española en el 116, esta vez le tocó a Mario Götze lograrlo para Alemania. Cuatro minutos antes. Fue en el 112. Una nueva galopada de Schurrle acabó en un preciso centro al corazón del área, en donde apareció el menudo jugador del Bayern para dormir el balón en el pecho y cruzarlo al palo largo de Romero. El momento soñado para Götze, la explosión de júbilo germana.

Así celebró Alemania el gol de Götze. (Foto: Jamie McDonald | Getty).

Tras la locura, Löw regresó a la cordura. Introdujo a Mertesacker por Özil para blindar el partido. Todo terminó. Pelotazos insulsos de Argentina que morían en la robusta defensa alemana, que pareció recuperar las fuerzas y que no iban a permitir que se les escapase la gloria a tan pocos minutos. Una falta muy lejana y escorada, con el tiempo cumplido, fue la última ocasión sudamericana. Messi intentó chutar en lugar de colgar la pelota y en esa decisión murieron todas las opciones de la tercera estrella para su selección.

El pitido final desató la locura germana. Schweinsteiger fue el capitán del navío y Götze el timonel que vio la constelación guía en el firmamento. Alemania lo había conseguido. Campeón del mundo 24 años después y primer europeo en conseguirlo en el continente americano. La cuarta estrella que completa la Cruz del Sur de la Mannschaft. Historia del fútbol.

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