Grandeza, dirán algunos. Inercia, otros. Suerte del campeón, lo de más allá. Cúmulo de injustas casualidades, replicarán los del bando contrario. Como se le quiera llamar, el hecho es que la Roma lo tiene, y lo arrastra ya del año pasado. El equipo de Rudi García ha conseguido desarrollar esa fascinante habilidad de ganar casi en cualquier circunstancia, incluso cuando el partido se pone cuesta arriba, o hasta cuando no lo merece. Ya ni siquiera le hace falta meter goles, eterna asignatura pendiente de todos los onces de la Loba posterior a Zeman. Si se pone la cosa tonta, es el rival el que se puede encargar de tan incómoda tarea.

Se atribuye a Alfredo Di Stéfano el ruego desesperado al portero de uno de los equipos que entrenó en su carrera de que, si no podía parar los tiros que iban a portería, al menos no se metiera los que iban fuera. Posiblemente el desafortunado Luigi Sepe nunca haya oído hablar de tal anécdota, así que es poco probable que la Saeta Rubia haya acudido a su mente tras encajar el único gol que subió al marcador del estadio Castellani. Fue como consecuencia de un pelotazo lejanísimo, desde unos 25 metros, de Nainggolan, que apuntó abajo, al palo corto, y se desvió por poquísimo: en lugar de colarse junto a la cepa del poste, impactó violentamente contra la madera. Quiso la fortuna que el rebote, pudiendo desviarse en mil direcciones, saliera justo hacia la espalda del guardameta, que acababa de lanzarse al suelo para intentar detener el tiro, y de ahí volviera hacia atrás, cruzando mansamente la línea de gol.

Se da la circunstancia, además, de que esta acción fue la última antes de que el árbitro indicara el final del primer tiempo. Antes de eso el partido estaba siendo de lo más equilibrado, con un osadísimo Empoli huyendo de su condición de recién ascendido y tratando de tú a tú a todo un subcampeón nacional. No obstante, aunque sufría para avanzar, era la Roma la que tiraba de jerarquía y gozaba de más y mejores oportunidades. Es de destacar la autopista que, como es costumbre, se montó Maicon por la derecha, que le permitió llegar unas cuantas veces con peligro y llegar a rematar al poste en dos de ellas.

Es una de las ventajas que tiene la Roma: su extraordinaria variedad de recursos, que hace que hasta un lateral sea peligroso, o que causa el pánico con las llegadas de sus potentísimos centrocampistas. Afortunadamente para la hinchada de la Loba, el potencial ofensivo no depende, como en tantos otros casos, de su línea más avanzada de jugadores. Hoy estaba en el campo Destro, lo más parecido que hay en Trigoria a un 9 puro, pero apenas se hizo notar. Y de Ljajic, a estas alturas, ya se espera poco, y menos aún ofrece. Sólo Florenzi, ese chavalín de la casa que lo mismo vale para el lateral derecho que para el extremo izquierdo, parecía con intención de darle algo de vida al ataque, asociándose continuamente con los medios, lanzando centros con la esperanza de encontrar rematador y probando de vez en cuando el disparo.

Dos jornadas y ya sin energías

Por parte toscana, era el veterano Tavano el que canalizaba el juego allá arriba, con la ayuda esporádica de Verdi y el apoyo esporádico de algún que otro centrocampista. Pero la tarea de superar a la defensa visitante, que sigue siendo de las mejores del continente, era demasiado compleja como para que el ex valencianista (y ex romanista) la pudiera afrontar en solitario. Del otro punta, el georgiano Mchedlidze y su impronunciable apellido, no llegaban noticias.

El segundo tiempo no cambió demasiado el panorama. Los azules intentaron lanzarse a por el empate, pero los nervios, por un lado, y el creciente cansancio, por otro, les impedían hilvanar jugadas con criterio y causar peligro real en la portería de De Sanctis. La Roma aprovechaba que quedaban más espacios libres para adueñarse del campo, sobre todo en la zona central, y acaso lanzar de vez en cuando algún tímido contraataque. Pocas veces tuvo que intervenir el guardameta de los capitalinos, más allá de algún lanzamiento lejano que solventó sin complicaciones.

Ni siquiera hubo lugar para el típico arreón de última hora de un Empoli que, pese a no hacerlo mal del todo, encarriló su segunda derrota en otros tantos encuentros. Entraban en el guión, es cierto: pocos en el pueblo florentino contaban con puntuar tras viajar a Udine y recibir a la Roma. Aun así, más les vale a los locales no confiarse y afinar su punto de mira si no quieren volver a la Serie B tan rápido como han salido. Por parte giallorossa, el encuentro da para sacar pocas conclusiones, en parte debido a la falta en el once de algunos jugadores a los que se puede presuponer titulares (Totti, por ejemplo, no salió del banquillo). Simplemente se constata el hecho de que lo del año pasado no fue casual, y el equipo sigue siendo capaz de ganar partidos sin esforzarse al máximo. ¿Acaso, Juventus aparte, se le está quedando pequeña la Serie A a esta Roma?

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Sobre el autor
Luis Tejo Machuca
Mi mamá me enseñó a leer y escribir; a cambio yo le di mi título de Comunicación Audiovisual de la URJC para que lo colgara en el salón, que dice que queda bonito. Redactor todoterreno, tirando un poco más para lo lo futbolero, sobre todo de Italia y alrededores. Locutor de radio (y de lo que caiga) y hasta fotógrafo en los ratos libres. Menottista, pero moderado, porque como dijo Biagini, las finales no se merecen. Se ganan.