¿Recuerdas ese episodio de Noche de Brujas de Los Simpson, donde Lisa deja un diente con refresco como parte de un experimento, y se crea una civilización en miniatura donde sus microscópicos habitantes la ven a ella como a su Dios y a Bart como el Diablo? 

Pues eso es el futbol.

Un experimento microscópico donde nosotros podemos mirar cómo funciona nuestro barrio, nuestra escuela, nuestro país, y nuestro mundo, siempre bajo la óptica precisa de un laboratorio de piernas donde todo ocurre de manera ampliada pero precisa. 

Pienso en ello y pienso en Tomás Boy. En lo que le rodea. Y en que su nuevo episodio de violencia (si alguien considera que soltar un puñetazo a un desconocido no califica como violencia, favor de suspender la lectura y marchar a nuevos horizontes), nos da un nuevo vistazo a nuestra Liga MX que funciona en realidad como campo de pruebas de nuestro país. 

Porque el hecho se analiza (así nos gusta), desde dos esquinas. Sólo dos. 

Desde la que apoya a Tomás y la que apoya al golpeado. Acostumbrados a nadar en las aguas de lo bueno y lo bueno, del PRI y los demás, de Televisa y Azteca, de los ricos y los pobres, de los nacos y los fresas, en México tenemos amputada nuestra capacidad de mirar algo en escala de grises, por lo que tratar de desgranar un todo en la mayoría de sus partes resulta un ejercicio tan ocioso como tejer una cuerda de aire. 

O estás con Tomás y apoyas por completo la tesis de que ese viejo venerable sólo hacía su trabajo con la humildad que lo caracteriza, y que fue brutalmente insultado por un maniático borracho que ahora mismo merece la prisión, pues somos una sociedad por demás desacostumbrada a las mentadas de madre… O estás con el aficionado, ese inocente crítico emergente de la estrategia de Boy "El Bárbaro”, que simplemente externó cierta opinión que destapó las ansias de sangre y revancha del anciano pugilista, que en sus tiempos libres oficia como técnico del Atlas. 

Así lo vemos. Como dos posturas irreconciliables en las que uno, si no toma partido, definitivamente es parte del problema. Así lo vemos todo. Dentro y fuera de la cancha. 

Como si fuéramos incapaces del matiz… esa palabra que habla de un rasgo casi imperceptible, pero que da un sentido muy distinto a las cosas. 

Aquí no. Todo es éticamente cuestionable. 

Porque ahora resulta que mentar la madre a un técnico en un estadio es una agresión verbal. Es violencia imperdonable y el aficionado se lo buscó…. Y es que nunca faltan los doctos en conciencias, esos que juran que porque ahora se hable de mexicanos y mexicanas ya se es incluyente y se van a olvidar 5 mil años y un día de discriminación y abusos contra las mexicanas. 

Porque esos mismos son los que llaman a los perros callejeros “perros en situación de calle”, porque sienten que esos cánidos ya la han tenido demasiado difícil como para que también nos expresemos con tan poca sensibilidad de ellos.

Esas conciencias son las que exoneran de culpa al técnico del Atlas… los que son partidarios del buen rollo, de la buena vibra, y que no conciben que quien paga un boleto se asuma con el derecho de dejarle caer una buena grosería a quien se le dé la gana, pues estamos en un mundo ya demasiado sensible y Tomás es sólo un pobre empleado que hacía su trabajo y no está bien que se le critique con palabras que reprobaría la Real Academia de la Lengua. 

Hay quien justifica al aficionado. Y quien justifica al golpeador… No entiendo la necesidad de justificarlo todo, como si viviéramos en un mundo que por fuerza precisa que cada acto obedezca a una razón impostergable y no como situaciones que simplemente ocurren, merecen un castigo, y hasta la siguiente ficha. 

Si yo soy aficionado y pasa por ahí Miguel Herrera luego de un cambio que yo odié, me sentiré un poco mejor si le alargo una invitación a la chingada. Es parte del juego, por más que muchos quieran vendernos a ese deporte como un jardín del edén, donde ahora incluso nos prohibirán mentar las osamentas de los muertos de Sambueza si éste no le toca nunca más una pelota decente a Oribe.

¿Y entonces justificamos a Tomás Boy? No, claro que no. Dar un puñetazo es doblar la esquina. Uno insulta como medida precautoria. Como penúltimo desfogue. Como perro ladrando para no morder. En el otro estriba todo: no está obligado a nada. Ni a responder. Ni a ignorar. Ni a reír. Ni a golpear. Pero, y aquí triunfa la metáfora, Tomás Boy, como acostumbra, reaccionó como político en debate. Como millonario prepotente. Como lo que es… un tipo ahogado en la soberbia que nunca entendió el juego (al menos en su increíblemente mediocre faceta de técnico), como un espacio lúdico donde la idea, aunque le duela, es divertirse. 

Él siempre ha sido díscolo en el trato. Déspota en sus formas. Mal perdedor y peor ganador. Ha, en resumen, insultado a buena parte de los miembros activos de la Femexfut, y ahora muestra (de nuevo), que ni siquiera se le puede decir "CAGÓN" porque te cerrará  la voz de un derechazo.

Y el medio lo defiende. 

Y si bien esto no se trata de una cruzada marca Salem, a energúmenos como Boy si no se les pone un alto, luego no merece la pena quejarse. 

Pero nadie se lo pondrá.

Y en esto, nos parecemos tanto a nosotros mismos. 

Porque si en México no pasa nada, en el fútbol pasa mucho menos. Y ahora resulta que un técnico, previo ser insultado (el pobre, el inocente), puede golpear a un aficionado y salir impune. 

Como si fuera socio de Oceanografía. O policía municipal de Iguala. O gobernador. O conductor de un noticiero. O dueño de una empresa. O presidente.

Y ojo, que no comparo, evidentemente, gravedad de hechos. Ni de causas. Si no, ¡ay!, eso que nos impedirá ser nunca un poquito más que la más mediana de nuestras versiones. El enorme, despreciable riesgo que pagamos por vivir en México: el imperio de lo impune. 

Porque Boy ha insultado a todos los árbitros. 

A Miguel Herrera cuando apenas tomó el cargo en el Tri. Porque… es más. No me cebaré en él. Y te propongo un ejercicio. Escribe en cualquier buscador “Tomás Boy Pleitos”, y “Tomás Boy Palmarés”, y sabrás porqué me indigno. A ver cuál te da más resultados.

Porque Boy tiene (o se comporta) con la impunidad de, por ejemplo, Mourinho. 

Y no hay que ser experto para saber las distancias siderales entre uno y otro. 

O las que privan entre Boy y Chicharito.

Y puedo seguir, y hasta los aficionados de Tigres que aún lo recuerdan con cariño sabrán que no exagero. 

Su castigo será una burla a las penas de cualquier secundaria decente, y de nuevo el caso se diluirá, como se diluye todo en este país, que si de algo peca, es de ser poroso como la peor de las promesas. 

Al menos, me consuela que si Lisa Simpson fuera mexicana, y su experimento tratara de futbol, el diente nos habría mostrado exactamente lo que hoy tenemos. 

A los mismos jugadores. La misma afición. Los mismos directivos. 

Sólo me queda la duda de si Tomás Boy habría aparecido o no en el experimento de Lisa. Y es que, ahora mismo, y como técnico, fuera de sus episodios de energúmeno, no junta un solo mérito para pedir un hueco en la eternidad. 

En la eternidad que dura un diente con refresco, mirado bajo 10 mil aumentos. 

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Sobre el autor
Poyo Lagunes
Escritor. Estudió guionismo con Guillermo Arriaga y Robert Mckee. Trabajó en diversas producciones de Televisa y Tv Azteca, además de colaborar en el periódico RÉCORD, Muy Interesante, Televisa Radio, y portales como JuanFutbol.com, Fergay.com o AztecaDeportes.com