Cada fin de semana tenemos una fiesta en el futbol mexicano. Y para demostrar que somos de carrera larga, les cuento que empieza el viernes y termina hasta el domingo por la tarde.

A estas fiestas entran todo tipo de invitados, los hay guapos, pero también existen los hermosos, que últimamente se han convertido en el alma del festejo.

Hay otros que sólo sirven de botana pues alimentan el ego de los demás cuando pasan desapercibidos, incluso si son Monarcas, eso no importa a la hora de la celebración.

Por último están los mala copa, aquellos que se esmeran semana a semana por dejar de ser invitados. Son aburridos, poco carismáticos e incluso tienen una escala de porcentaje que determina al final de la temporada, quien deberá abandonar el gremio de parranderos.

Pero esto no termina aquí. Cada seis meses hay una celebración a la que sólo entran los mejores (y algún colado). La federación les envía su invitación y todos los aficionados disfrutan de este gran festín. Al ser especial, los invitados sacan sus mejores trajes, los mejores aperitivos y todo lo necesario para que nadie se aburra durante un buen rato.

Es tan peculiar que, así como en el juego de las sillas, se van eliminando poco a poco hasta que sólo quedan dos. Aquellos que fueron capaces de aguantar el exigente ritmo de la fiesta durante varias noches se enfrentan en un par de juegos finales para definir al mejor fiestero de la temporada.

El ganador, se lleva la deseada copa. En ella sólo han de beber aquellos que durante todo el semestre demostraron ser el alma de la fiesta.