Miguel Ángel Cornero marcó una época en el fútbol mexicano, su garra dejó huella. Un defensa argentino que vino a definir su estilo de juego en una frase: "Puede pasar el hombre o el balón, pero nunca los dos juntos".

Rosarino de nacimiento, amarillo y azul fueron los colores en sus inicios como futbolista, la calidad fue demostrada en Rosario Central, en donde se coronó campeón del fútbol argentino en 1971 y 1973 con el conjunto “Canalla” y su fortaleza en la Selección Juvenil de Argentina, fueron las características que convencieron a Panchito Hernández de ficharlo.

Así llegó al América en 1974 para convertirse en un referente indiscutible, pieza clave de una defensa conformada junto con Alfredo Tena y Eduardo Rergis; alzaron los títulos de Campeón de Campeones en la 1974-75 y la liga en la temporada 1975-76. El “Confesor” dejó un legado inolvidable en la historia del americanismo que le vale para ser considerado uno de los mejores zagueros centrales del club de todos los tiempos, a pesar de sólo haber jugado cuatro temporadas con los cremas.

La vieja guardia de la afición americanista recuerda su entrega dentro de la alfombra verde, el coraje en cada partido no le quitaban clase y la gran técnica del argentino. Bien podríamos decir que esas palabras que tanto exigen los aficionados de dejar la vida por los colores, la cumplió como ningún otro. 

Cornero, jugando para el América, se enfrascó en una pelea en un partido contra Cruz Azul. Jugaban en Estados Unidos y la bronca se hizo general, recibió una patada que lo tiró y después otros golpes, al parecer un conato casual en la carrera de un jugador rudo, aún así tuvo que ir al hospital completamente noqueado. Cuando despertó no pudo esperar para regresar a la concentración del equipo y ese mismo día jugó contra el Benfica, para marcar ni más ni menos que a Eusebio. Al final las Águilas mexicanas cayeron y Cornero estuvo presente como auténtico guerrero, sin embargo el incidente contra los Cementeros dejó secuelas.

Le provocó una parálisis y daños en el sistema nervioso. Las dificultades al hablar anunciaban un final doloroso, para sus familiares y también para el fútbol. 

El 19 de noviembre de 1999, en punto de las 15:35 horas en el Hospital Español, el cáncer acabó con su vida. Su familia trasladó el cuerpo hasta su natal Rosario, en Argentina, pero su nombre ya estaba escrito como parte esencial en la historia de nuestro fútbol.