Cuando preguntaron a una famosa psicóloga infantil cómo explicaría la felicidad a un niño, respondió: “no se la explicaría, le daría una pelota para que él mismo la descubriera”.

Si la pelota es una forma de felicidad entonces un equipo de futbol es la materialización de la alegría y la congregación donde opera esa felicidad.

El América. Cómodo en la villanía e invulnerable en su grandeza. No es exagerado decir que en México no existe un equipo que despierte más sensaciones o que convoque más delirios. Se puede ignorar todo, menos al América.

Aquí repasamos su hoja de ruta, si genealogía, su carta astral, su arco trazado desde un remoto octubre en Santa María La Ribera, hasta hace unos meses, cuando el inapelable 3-0 en el Azteca ante los Tigres significaba el título 12, el de la diferencia. El de la distancia definitiva frente al resto.

Alejados de los fervores religiosos, pero conscientes de la inexplicable polarización de un equipo que, como en un caleidoscopio, vive de sus infinitos matices (el poder, la polémica, el arbitraje, los extranjeros, las televisoras, los campeonatos, su afición…) en este número ensayamos dos ideas que convocan el mismo nombre.

Porque hablar del América, de modo inevitable, implica reconocer su gloria.

Y porque en términos de gloria, no es descabellado decir que el América la representa de forma absoluta.

@LaPlumaDelPoyo

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