América venía de reencontrarse con su afición luego de vencer de manera avasallante a Herediano en la vuelta de las semifinales del torneo Campeones de CONCACAF el panorama que inundaba el recinto de Tlalpan estaba colmado de ansiedad pura ¿Volvía la confianza a Coapa?, una horda encaraba las taquillas deseosa de una entrada, otros tantos negociaban su boleto con la reventa que implementaba precios según la demanda.

El partido comenzaba y la expectación era tal que daba la impresión de jugarse el pase a la siguiente ronda de la Copa Libertadores, la gente tenía preparada la cámara, el celular, los ojos bien abiertos y una ansiedad que se respiraba de manera inconmensurable. Los minutos transcurrían y América no llegaba claro al arco rival, no tuvo que pasar mucho tiempo para que cayera el primer gol de la tarde que pasara casi desapercibido, asimismo cayó la segunda anotación que tampoco parecía causar reacción alguna entre “los seguidores americanistas”.

La segunda parte comenzaba y el famoso grito de guerra que suele levantar al equipo no se entonaba pues la atención del público se centraba en la actividad del banco de suplentes visitante. Cada vez que en las pantallas del Coloso se proyectaba el rostro de un jugador visitante, el estadio entraba en una hipnosis que parecía disfrutar y lo manifestaba con gritos , aplausos y una exasperación que no podía entenderse de manera clara.

Poco importó el marcador cuando llegó el momento en que el dorsal 49 ingresaba al terreno de juego, era entendible dado que el césped del Azteca había sido alfombra roja de innumerables titanes del balompié donde lucieron sus mejores jugadas e incluso lograron hazañas. La gente se olvidó del marcador en contra y se dedicó a seguir cada movimiento del astro brasileño que hacía su entrada triunfal, apenas unos minutos en el terreno de juego le bastaron para conseguir la tercera anotación para su equipo y con ello había un suceso extraño en las gradas del Coloso; los vestidos de amarillo gritaban, festejaban y agradecían un gol en contra, un gol del rival.

El partido transcurrió, los silbidos y abucheos aumentaban en decibeles ¿Para la visita? No, la rechifla se la llevaba el local. En el momento más complicado del encuentro los “seguidores” del América decidieron menospreciar la casa, la camiseta y voltearon bandera rindiéndose a los pies de Ronaldinho. El segundo gol del astro cayó casi por inercia del aliento de “los locales”, la incertidumbre se reflejaba en el rostro del ex jugador de Barcelona, incluso a él le sorprendió que una afición rival gritara sus goles con tanto fervor y a la vez repudiara a los colores que supuestamente quiere.

Los minutos finales se asemejaban más a un espectáculo marítimo que a un partido de futbol , donde 'Dinho' fungió como el domador de casi 60,000 focas que aplaudían al más mínimo estímulo del ícono brasileño. El partido culminó, lo más natural hubiese sido ver caras largas, sin embargo los accesos del Azteca eran una fiesta; la gente estaba feliz con el resultado, salía del Coloso atónita presumiendo haber sido parte de tan “especial” momento.

Un episodio triste para la historia de tan grande club, un equipo por el que muchos hacen lo imposible para verlo, desde viajar de provincia solo para apreciar el partido, hasta los que pasan por aduanas internacionales con tal de alentar al equipo de sus amores. Desgraciadamente un sector de pseudoaficionados hizo presencia en el Estadio Azteca en masa e hizo quedar mal al americanismo en general con un episodio de absoluta vergüenza, un episodio que ni siquiera el acérrimo rival se atrevería a protagonizar.

Sin embargo la situación no es generalizada ya que muchos volverán a dejarlo todo por los colores y se darán cita para alentar al equipo el próximo miércoles cuando las Águilas encaren la ida de la final de CONCACAF, porque “En las buenas hasta el más cobarde la rompe, en las malas es donde se ven a los verdaderos seguidores”.