Ni usted está para saberlo ni yo para contarlo, pero aquel 23 de mayo de 2009, en la vuelta de semifinales frente a Pumas, fue uno de los pocos y contados días donde maldije y odié al futbol. Lo tengo claro, no fui el único. La figura de Darío Verón nubló el panorama y en un par de segundos desmoronó el sueño y la ilusión con una crueldad abominable. El desenlace de aquella historia nos enseñó a los poblanos –de equipo- que siempre podría sufrirse más y peor; sin embargo, nos recordaba que esa era una de los requisitos para vestir esta playera.

La corriente futbolística del #PabloMarinismo nació hace pocos meses, en mi teléfono, cuando apareció una foto de la actual plantilla del Puebla, donde era imposible discernir entre cuerpo técnico, utileros, directiva, departamento de prensa y futbolistas. Lo pensé sin razonar: “Esto es el #PabloMarinismo”. La imagen no mostraba algo más sobresaliente que la unión. Y no lo digo a manera de floritura ni elogio disfrazado. En verdad, esa imagen lo único que demostraba era paz, tranquilidad y una especie de -por recurrir a los viejos clichés del futbol- una familia.

Claro está, podía ser un conjunto de futbolistas bestiales o un conjunto de violinistas, catedráticos, carpinteros u oficinistas, pero un grupo, a final de cuentas. Después vinieron los amistosos, la Supercopa MX y ese inicio de torneo donde ni el más poblano de los poblanos –de equipo- imaginó que América, Pumas o Toluca fueran las víctimas y no los victimarios de La Franja. Les acompañaron Cruz Azul, Pachuca, León, Tigres y Tijuana: 27 puntos, uno más de los prometidos por el prócer de aquella corriente que hasta él mismo desconoce, pero que tantas alegrías nos ha dejado.

El señor Pablo Marini merece todo el crédito del mundo. Porque fue él quien convenció a este conjunto de violinistas, catedráticos, carpinteros y oficinistas de convertirse en uno solo. Fue él quien se equivocó en partidos inexplicables como el duelo frente a Santos o frente a Dorados; y también fue él quien sentó cátedra en el inmueble prestado donde fuimos locales –y al que me niego llamar ‘casa’-, en el Volcán o en el Jalisco –a pesar de la derrota-; y fue él también quien hoy, con un sufrimiento innecesario que sólo él sabrá y entenderá, nos ha devuelto la alegría de una Liguilla.

Disfrutemos que hoy en día, en los programas de análisis de futbol y en las tantas mesas deportivas, se hable del Puebla de Pablo Marini, por más de cinco minutos. Así de fácil se resume la gestión de este señor.

Un gusto y un placer que un estratega como él sea quien lleve las riendas de un equipo que, generalmente, no tiene pies ni cabeza. No sabemos cuánto durará esto llamado #PabloMarinismo; es más, nadie sabe de su existencia, pero habrá que gozarlo porque tal vez tengan que pasar otros seis, diez o cien años para recordar que siempre podemos sufrir más y mejor. 

PD. Felicidades a todos los culpables de este éxito, pero a uno en especial: ¡espero que la próxima copa te la pongas de sombrero!