El anuncio de su llegada al banquillo fue tildado como una decisión fatídica más. Hasta los más benévolos no lo veían dirigiendo pasada la mitad del torneo. Ni hablar del beneficio de la duda al entrenador que había dirigido a Atlante en su último torneo en la primera división.

A pesar de las evidentes reacciones antagónicas hacia su nombramiento, desde que Pablo Marini se plantó por primera vez en la Angelópolis su discurso se enfocó en “equilibrar los números de la porcentual” siendo el objetivo fundamental “lograr 55 ó 60 por ciento de los puntos para calificar a la liguilla”. Tal discurso sonaba a un remix de los pronunciados por las decenas de técnicos que habían desfilado desde la última fiesta grande a la que la Franja del Chelís fue invitada, el Apertura 2009.

En sus parcas palabras, Marini callaba lo que planeaba: diseñar con el presupuesto disponible una plantilla en búsqueda de una nueva oportunidad, quizá la última, y convencerlos durante la pretemporada de conformar una familia. Tenía claro que el resto sería una simple consecuencia. En la maratónica pretemporada, Marini ganó sus tres primeros puntos; romper el espíritu de los jugadores a base de hasta tres sesiones por día para enmendar con palabras y palmadas en la espalda los dolores físicos y mentales. El cuerpo técnico y Marini se encargaron de romper las barreras entre el plantel con convivencias diarias; desayuno, comida, cena y actividades recreativas. Los teléfonos dejaron de ser del uso común; primero por sanción y eventualmente por convicción.

Cuando el avión volaba de Puebla hacia Dallas, Marini sonreía. Sabía que con el vestidor volcado hacia su causa la Super Copa MX se pondría una franja. “¿Quién de aquí sabe lo que es ser campeón?”, resonaba en el vestidor la voz con acento argentino. “Hoy, quienes no saben lo que es levantar una copa, hoy lo sabrán”. Un par de horas después, con el boleto a la Copa Libertadores 2016 en mano, a ojos externos, el proyecto ganaba credibilidad, aunque a los ojos del plantel, el proyecto ya era identidad.

El festejo duró lo que una grasosa cemita, es decir, nada ya que la visita de América daba el banderazo de salida del Apertura 2015. El 4-2 sobre las Águilas resultó sorprendente y catalogado como un golpe de suerte. No obstante, las victorias ante Pumas, Toluca, Cruz Azul cambiaron el término suerte por buen funcionamiento en las opiniones de los analistas.

Dice Sun Tzu en su libro El arte de la guerra que “cualquiera que tenga forma puede ser definido, y cualquiera que pueda ser definido puede ser vencido”. La Franja de Marini jamás pudo ser definida. Los cambios de dibujo fueron recurrentes de acuerdo a las circunstancias; del 4-4-2 de las primeras jornadas al 5-3-2 que imperó al cierre del torneo. Supo acoplar su esquema a los altibajos de Alustiza y potenciar el tercer aire de Luis Gabriel Rey. Fue capaz de reconocer el poco aporte de Díaz y Rescaldani dándole la oportunidad a Tamay y Acosta; además de planificar correctamente las cargas del plantel teniendo pocas lesiones durante el torneo.

"Han tragado mucha mierda, pero llegó el momento de sonreír, hoy toca sonreír"

También dice que “si un comandante es sabio, podrá reconocer los cambios de las circunstancias y actuar de acuerdo”. Marini tuvo la humildad de reconocer cuando las batallas que perdió con Dorados y Santos fueron su responsabilidad y tuvo la capacidad de manejar la crisis que significó no sumar un solo punto en tres fechas seguidas. El golpe en la mesa fue callar el Volcán de Gignac y compañía con un solitario gol de Rey. El buen funcionamiento dio un giro hacia el caballo negro en los programas de análisis. Mientras tanto, en el vestidor poblano se mantenía el mismo discurso: esfuerzo y compromiso.

Cinco jornadas después, con 7 puntos más en la bolsa, el destino le tenía a Marini una revancha tan personal como grupal. En la Corregidora, en 90 minutos, se resumía el trabajo e ilusión de un semestre. Era evidente; los seis años de no ser invitados a la fiesta grande se sentían en el aire al igual que el nerviosismo del plantel. “Muchachos, han tragado mucha mierda, pero llegó el momento de sonreír, hoy toca sonreír”, fue la respuesta anestésica de su comandante.

Noventa y tres minutos transcurrieron sin anotación alguna. Cuando el árbitro se llevó el silbato a la boca pidiendo la pelota, el objetivo se había consumado. Campestrini y Arias se abrazaban hincados al mismo tiempo que Marini cobijaba entre sus brazos a su cuerpo técnico, ese que compartió el despecho de vivir el descenso azulgrana.

(Foto: Imago 7)

Con el júbilo de estar en la Liguilla, el camarín presenciaba los abrazos, sonrisas y gritos hasta que él, el hombre que visualizó el objetivo, tomó la palabra.

Las cuentas las hemos equilibrado, ahora no tengamos miedo”.