De nada sirve que el fútbol dé revanchas si de todas formas se vuelve a perder. La situación de la escuadra auriazul no es la mejor en los últimos tiempos, pues desde el último título conseguido en el Clausura 2011 frente a Morelia, la situación de los felinos ha venido a menos con algunos despuntes y clasificaciones a la liguilla que le han permitido no desmerecer la atención de los encabezados en la prensa, pero han sido más las caídas que las victorias las que han figurado en las portadas. Este domingo, en el inmueble del Pedregal la expectativa era alta después de haber derrotado a los Alebrijes de Oaxaca a media semana en partido correspondiente a la Copa MX.

El descalabro en Tijuana pasó a segundo plano cuando el marcador más reciente fue la sufrida victoria ante la escuadra que compite en la Liga de Ascenso. De igual forma la victoria aplastante de 5-0 que el cuadro del América le propició a Chiapas en el Estadio Azteca tuvo pocas repercusiones en los pronósticos, porque estos partidos que son clasificados dentro de los “clásicos jóvenes” del fútbol mexicano, están exentos de todo antecedente y estadística, son partidos que se juegan al límite y que se enfrentan con más pasión, ímpetu y honor que con buen fútbol y técnica.

El escenario parecía ser el idóneo para que los felinos cobraran venganza de la última eliminación sufrida en instancias de la liguilla, misma que se dio hace un par de meses en contra del cuadro azulcrema, quien a pesar del empate global se clasificó a las semifinales por su posición en la tabla general. No había mejor forma de enmendar el camino en la liga que parecía catapultar a los dirigidos por Guillermo Vázquez a los últimos lugares de la clasificación, pero una gran actuación del cancerbero americanista, Moisés Muñoz, y la falta de claridad por parte de los artilleros universitarios fueron las claves para que un contragolpe letal sentenciara el marcador dentro del Olímpico Universitario.

En la tribuna la fiesta nuevamente se produjo con cánticos de ambas parcialidades. Los aficionados comenzaron a llegar al inmueble alrededor de las 10 de la mañana y la concentración de las respectivas barras se empezó a desplegar desde unos minutos antes de las 8. Ni en la cancha ni en la tribuna hizo falta el juego, y a pesar de que los aficionados del equipo universitario han tenido que acostumbrarse a vivir partidos en los que hacen falta llegadas al arco rival o volteretas inesperadas en los últimos minutos, en ningún instante han enflaquecido sus cánticos para alentar al equipo a ir por empate. Pero aún cuando todo pareciera ser una tarde gris, para la parcialidad de Pumas hay un punto que no debe pasarse por alto.

Hace 11 años...

Fue hace poco más de 11 años que escuché por vez primera el nombre de Darío Anastasio Verón; la televisión por cable todavía no aparecía en la sala de mi casa y la única forma de seguir el partido del equipo que había aprendido a amar desde mis primeros pasos era a través de la radio, en la ya obsoleta A.M. que subsistía, y creo que todavía lo hace, con anuncios publicitarios en ciertos intervalos del partido o durante los balones detenidos.

Era un noche de abril y con los escasos 10 años que contaba en aquel entonces corrí a encender el radio. En la alineación del Cobreloa sólo sonaron once nombres completamente desconocidos, pero cuando la narración se centró diciendo que “venía el paraguayo Verón” las alarmas se encendieron y no habían pasado ni treinta segundos cuando la jugada culminó con el único gol del encuentro, a cargo del delantero Díaz.

Lo natural era que el odio infantil que despertaba en mis adentros se concentrara en el artillero, pero no fue así, sino que recayó en el defensa central que minutos más tarde se vería envuelto en conato de bronca con Álvaro González.

Era la tercera vez que escuchaba ese nombre prestándole atención y la segunda que me incitaba a odiarle. El árbitro respondió a mis quejas acerca del número 4 paraguayo y lo expulsó antes de que yo pronunciara alguna de las groserías que había aprendido a recitar en el estadio y que incluso mi madre permitía que dijera con la condición de no repetirlas en otro lugar. El resultado del partido de vuelta en Chile terminó en ceros y los Pumas fueron eliminados de la Copa Libertadores, pero sería una sorpresa inesperada que para el torneo siguiente se anunciara el fichaje de Verón para ser compañero de Beltrán en la central defensiva del equipo. Recibí la noticia con disgusto, pero los primeros partidos fueron suficientes para aprender a respetar, incluso a querer a aquel zaguero que había sido decisivo en la eliminación por los Octavos de Final.

A casi 13 años de su llegada al club, es indudable la jerarquía y el poder que ejerce el ahora capitán naturalizado mexicano y son incontables las alegrías que nos ha regalado. Cómo olvidar aquel partido, precisamente también contra el América, nuevamente en el Estadio Olímpico Universitario, las tribunas estaban repletas para recibir al odiado rival en casa y en las últimas tres clases del primer año de preparatoria los profesores me habrán puesto falta porque desde las 6 de la tarde, junto a un grupo de amigos y aficionados de Pumas, me dirigí desde Coyoacán hasta el metro Coplico para salir caminando con la barra. El dinero que me sobraba para toda la semana lo invertí en un boleto para la zona del pebetero pensando en que podría decirle a mi madre que lo utilicé para algún libro y ella me lo repondría al día siguiente.

Aquella noche en que se ganó agónicamente por un penal ejecutado en el tiempo de compensación del segundo tiempo, ejecutado por Martín Bravo, para poner el marcador en el 3-2 definitivo, la presencia de Darío Verón y los dos remates de cabeza que adelantaron al Club de la Universidad en el primer tiempo, sirvieron para consolidarlo como una de las máximas figuras extranjeras que habían llegado a la Institución junto a nombres de la talla como Evanivaldo Castro “Cabinho”, Ricardo “El Tuca” Ferretti, Leandro Augusto y Juan José “La Cobra” Muñante.

Y aunque el físico de Verón, su fuerza ofensiva y su juego han mejorado con el paso de los años, también es evidente que no tendremos al valuarte por siempre en la central, pero tampoco hay que perder de vista la llegada del uruguayo Gerardo Alcoba, quien en las tomas realizadas por la televisión demuestra la garra, la entrega y las agallas con las que hace once años Verón ganó mi respeto, así como estoy seguro que también el de muchos otros aficionados auriazules.

Después de todo hay quienes aseguran que del odio al amor hay un pequeño paso, y aunque el recién llegado a Pumas no haya sido odiado previamente tampoco debe descartarse el empuje que podría dar al equipo en los próximos torneos, y quién sabe, tal vez se le vuelva a ganar al América en un gran juego en el que no sería una sorpresa que las anotaciones y el vigor del defensa central con la camiseta número 3 tengan una gran influencia en ello.