Muchos niños, desde hace más de un siglo a la fecha, han soñado con algún día convertirse en futbolistas. Lo que engloba el término se ha ido modificando con el correr de los años, más no la esencia heróica que envuelve a los afortunados que llegan a practicarlo en un club oficial.

Desde los ingleses de principios del siglo XX, que laboraban jornadas completas en las minas y jugaban los domingos con sueldos opodiosos, hasta las superestrellas de hoy en día, que al llegar el declive de su carrera se dan el lujo de buscar un lugar que les garantice millones de dólares al año; todos y cada uno de ellos han logrado lo que muchos pasan su vida deseando: golpear el balón ante una multitud que los aclame.

Pero aún más difícil es escribir el propio nombre en los libros de la historia. Elevarse a un glorificado templo, donde sólo descansan selectas memorias de aquellos que revolucionaron, en su momento, al deporte más hermoso del mundo, y al hacerlo, llenaron de gozo los ojos de quienes tuvieron la fortuna de verlos pisar el verde césped.

Uno de ellos fue el brasileño Waldir Pereira, mejor conocido como Didí. Como buen carioca, desde pequeño encontró en el balón a su mejor amigo y aliado, acompañándolo durante todo su crecimiento, incluso en momentos difíciles e inciertos a sus 14 años, cuando tras una infección, estuvieron a punto de amputarle una pierna. Pero no, el destino le tenía preparado un camino lleno de magia.

Debutó a los 16 años, pero fue a los 17 cuando llegó al club de sus amores: el Fluminense, donde jugaría durante 10 años para ser considerado como el mejor en la historia de la institución en su posición y obtendría el campeonato carioca.

Sus actuaciones lo llevaron a vestir la playera del 'Scratch', donde destacaba como uno de los mejores del campo, siendo considerado por un tal Pelé como su maestro, de quien aprendió el toque y la clase. Con la 'Canarinha', ganó dos Copas del Mundo: Suecia 58' y Chile 62'. La primera de ellas lo consagró a cruzar el mar y enrolarse con el Real Madrid, donde ganaría dos Copas de Europa y una Intercontinental.

Sin embargo, nunca terminó por consagrarse en la Casa Blanca, debido a, según sus propias palabras, el gusto de los españoles por la fuerza y la garra a la hora de jugar. Y Didí representaba lo contrario: la clase, la pulcritud, la calma; sin necesidad de correr ni barrerse, Pereira marcaba diferencia, apoyaba a sus compañeros y de paso, se lucía. A él se le atribuye la invención de la 'Folha Seca', el tiro libre empalmado por enmedio que se eleva por encima de la barrera para después bajar endemoniadamente, así como también se le adjudica la 'Paradinha', que es el pequeño parón que los cobradores realizan al ejecutar un penal.

Tras su aventura en Madrid, volvió al continente americano para jugar en Perú y en su país. Para 1965, José Lajud Kuri viajó a Brasil para hablar con el astro brasileño; ante la incredulidad de propios y extraños, logró convencerlo para enrolarse con la playera de Veracruz, donde permanecería una temporada. Durante su año en el puerto, formó un equipo de ensueño junto a los también brasileños, Mariano Ubiracy y Franciso Gomes Batata. Juntos, llevaron al Tiburón a lo más cercano que ha estado de volver a levantar un título desde su última estrella, quedando subcampeones del certamen, sucumbiendo en la final ante un América también de época.

Con la nada despreciable suma de 13 goles en 29 partidos, El Príncipe Etiope, como se le conocía por su elegancia y pulcritud, dejó huella en la tierra del mar y la luna de plata, en cuyo recinto futbolístico aún se respira el aroma a clase y talento de uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos que culminó su carrera en la Liga Mexicana.

VAVEL Logo
Sobre el autor