Cuando el árbitro pitó el final del encuentro de México ante Chile el sábado pasado, no creía el marcador. No lo duden, vi gol tras gol de los chilenos preguntándome ¿qué estaba pasando? Si era la estrategia del partido de Juan Carlos Osorio, o la irresponsabilidad de los 11 sobre la cancha, si Chile es tan grande como lo demuestra el marcador o si los mexicanos son tan malos como para comerse siete tantos, si todas esas o una de ellas era la causa de quedarse humillado ante el resto de América. No, aún no lo sé, pero si hay que ponerle porcentajes, me gusta para el 30 por ciento de culpa del entrenador y 70 por ciento de los 14 que jugaron.

Para empezar, el técnico colombiano nunca ha repetido un cuadro inicial y eso, en América y en el mundo, es indecente. Los experimentos, depender del juego del rival, tratar de acoplarse a lo que te presenta cada uno de los equipos y sobre ello buscar tus líneas, no da más que la clara indicación que no estás seguro de tu sistema de juego. Si tu sistema de juego es tan claro, lo has practicado, lo demuestras partido a partido, venga quien venga, juegue como juegue, tu sabes cómo te paras, con quien cuentas y cómo vas a lograr un mejor resultado. Sí, el rival cuenta, pero nunca como para que tú te acoples al rival, sino al contrario, para que el rival te respete sabiendo que tienes más que él o, al menos, eso parezca con tus mejores jugadores del momento. Y jamás vi a los andinos temerosos de un México enclenque.

De Osorio, nunca entendí por qué metió a Dueñas antes que a Molina. Nunca entendí por qué alineó a Francisco Guillermo Ochoa (y eso que le admiro) y no morirse con la suya de Alfredo Talavera en el arco.

Y los que jugaron, esos son los más indecentes. Esos que ahora ofrecen disculpas ante la prensa “a la afición”. Esos que antes de pedir perdón debieron jugarse el todo por el todo con la camiseta puesta. Esos mismos que fueron indolentes y desganados (hola, Layún) cuando hasta sacar el balón a tiro de esquina les dio flojera, porque ya todo estaba perdido después del tres a cero. Andrés Guardado, Héctor Herrera, Héctor Moreno, Carlos Peña, Paul Aguilar, Miguel Layún, Diego Reyes de cambio, todos ellos y los que usted agregue, amable lector, son unos indecentes. Lo menos que podían hacer es saber contra quién estaban jugando. De nada sirve 20 partidos sin perder si a la hora buena te quedas, no en la orilla, a años luz de competirles a los mejores.

¿Y estos son los mejores mexicanos que hay para jugar al futbol profesional? Lamentablemente sí. Y es lamentable que una bola de aburguesados futbolistas mexicanos que juegan en Europa no puedan competir ni siquiera contra los de su continente. Y no me malinterpreten, si Brasil tiene la peor de sus versiones, si Uruguay y Paraguay están fuera, nos debió echar Argentina o el mismo Chile por ser el campeón defensor, pero no de esta forma tan desvergonzada.

Cuando Guardado intentó salir jugando desde su propia la línea de meta, más que por sistema sino por necedad, está todo perdido. Todos lo vimos. Un pase a la banda y que reviente. ¡Ah, no! Hay que salir jugando y le llega la pelota a Herrera (otro aburguesado) y este pierda la bola para un gol más chileno. ¿Eso les pidió Osorio? ¿Salir jugando a pesar de que te presionan a más no poder como los andinos? Perdón, pero hasta en el llanero sabemos que reventar y acomodarse es la mejor opción. Ahí está el reflejo de un cuadro mexicano que cree en demasía en sus capacidades técnicas antes del conocimiento de los jugadores a los que te enfrentas.

Y así, a dos años de la Copa del Mundo a la cual podemos calificar gracias a las bondades de la geografía, estamos parados en el limbo. Entre los jugadores que queremos que nunca se ponga la playera del Tricolor y los que no tienen, todavía, los tamaños para esa responsabilidad por la edad.

Botepronto. ¿Correr al Técnico? No lo creo. Es mejor la continuidad, pero ojalá éste se faje y ponga a cada divo en su lugar, porque así, como estamos, nunca podremos dar un golpe contundente en un mundial; y eso ha quedado demostrado técnico tras técnico desde el inicio de los tiempos.