El planeta Fútbol tiene en estas fechas toda su atención dividida entre dos ciudades. Madrid es sin duda la capital, con sus dos escuadras más blasonadas a punto de disputarse, otra vez, el trono del continente. Algo al norte, pero casi en la misma longitud con respecto a la referencia de Greenwich, pocos se han recuperado aún del impacto que ha supuesto la hazaña del Leicester. Más allá, por todas partes está ya el pescado vendido, o con la lonja a punto de echar el cierre. Las temperaturas crecientes del verano dan modorra, ya no hay quien aguante los torneos de la regularidad con su sucesión interminable de jornadas. Ahora lo que pide el cuerpo es que los mejores de entre los mejores se batan a muerte en las eliminatorias de toda una fase final de selecciones.

Hay, sin embargo, un lugar en el que desconocen el significado del término "calor". Y eso que la palabra que existe para ese concepto, varmi, es relativamente pronunciable en comparación con los trabalenguas que se suelen ver en su idioma. Pero un país a tiro de piedra del Polo Norte, donde muy raramente las temperaturas suben de 15 grados en pleno agosto, bien merece el nombre de Islandia, la Tierra de Hielo en lengua escandinava. 

Allí el clima obliga a que todo funcione de manera distinta. Lejos del temperamento acalorado de los pueblos mediterráneos, los islandeses son gente fría, reflexiva, racional, que no improvisa a lo loco, sino que se esfuerza en encontrar la solución más sensata. ¿Que su isla es un páramo en medio de la nada y los únicos recursos naturales son los bacalaos que chapotean en los mares de alrededor? Se montan, por un lado, una industria pesquera como pocas en el mundo, y por otro un sistema educativo gratuito de altísima calidad para que la población sea culta, sabia y productiva. ¿Que les cae en desgracia un gobierno medio corrupto, medio torpe? El pueblo se pone de acuerdo para echarlo a patadas y un comité se encarga de elaborar nuevas leyes para que no vuelva a pasar. ¿Que los campos de fútbol tienen en invierno más escarcha que césped? Se meten entre octubre y abril en un pabellón a jugar al balonmano y se dedican a chutar pelotas sólo de mayo a septiembre.

En invierno no, que refresca

Y en ello están. Suena raro decirlo en estas fechas, pero acaba de empezar la liga. Úrvalsdeild karla, la llaman ellos: literalmente, División Especial Masculina, si bien el nombre oficial lleva el patrocinio de una conocida marca de refrescos de cola (la primera que le ha venido a la mente no, la otra). De hecho, ya tenemos el primer líder: con una sola jornada disputada, está en cabeza el Íþróttabandalag Vestmannaeyja. Ahórrese el logopeda y haga como sus propios hinchas, que lo llaman simplemente ÍBV.

Los nombres de varios equipos no desentonarían en una novela de TolkienEste club procede de Heimaey, un islote en la costa suroeste de la isla principal que estuvo a punto de ser borrado del mapa por una erupción volcánica en 1973; lo solucionaron apagando la lava con millones de litros de agua marina. Aunque apenas viven 4.000 personas allí, los blanquinegros tienen buena reputación en el fútbol local, con tres campeonatos nacionales en su haber, y pueden presumir de haber visto en el césped del Hásteinsvöllur, coqueto estadio donde cabe más de media ciudad, a personajes del calibre de David "Calamity" James, que vino a conocer mundo a sus 43 primaveras, harto de las categorías inferiores inglesas.

Momento del partido entre el ÍBV (blanco) y el ÍA que dio el liderato a los primeros. Foto: Eyjamenn.
Momento del partido entre el ÍBV (blanco) y el ÍA que dio el liderato a los primeros. Foto: Eyjamenn.

El perfil del ÍBV permite hacerse una idea del tipo de torneo que se disputa en una de esas extrañas naciones donde el knattspyrna, lo que nosotros conocemos como el deporte rey, no es la actividad más popular, sometida como está al poder del balonmano, de una modalidad tradicional de lucha llamada glima y de las competiciones de fuerza (Islandia ha aportado al mundo no pocos campeones de strongman). La liga ocupa el puesto 35º del ranking UEFA, al nivel de Moldavia, Georgia o Macedonia. Los presupuestos son reducidos y, aunque algún extranjero se ve, las plantillas siguen estando nutridas en su abrumadora mayoría por el talento local, que aspira a que algún equipo sueco o danés se fije en ellos. Los más afortunados podrán llegar a ser como Guðjohnsen o Finnbogason y tener minutos en alguna liga más competitiva.

Los campos no  alcanzan los 5.000 asientos y conservan zonas de pieEn el campeonato islandés, que viene jugándose desde el lejano 1912 con distintos formatos, participan hoy 12 equipos a lo largo de 22 jornadas, suficientes para que haya competitividad sin que el calendario y el parte meteorológico se echen encima. Bajan dos, sin promoción ni playout ni promedios ni otros engendros, y los tres primeros se gastan un dineral en aviones para pasearse por la lejana Europa a la que dicen los mapas que pertenecen. El ganador, obviamente, a la Champions, y los otros dos a la Europa League. Por supuesto, a las rondas previas, aunque ni aun así tienen nada que hacer: en la presente edición de la Liga de Campeones participó el Stjarnan de Garðabær (un barrio capitalino), campeón de 2014, al que el Celtic de Glasgow se merendó sin despeinarse.

En este 2016 defiende título el Fimleikafélag Hafnarfjarðar (FH para los amigos), uno de los diez clubes situados en la ciudad de Reikiavik o en su área metropolitana. Los nombres son tan complejos que varios más se conocen por siglas, como el ÍA de Akranes o el KR de la capital, el más laureado de la historia con 26 entorchados hasta ahora. Hay un par de Víkingur, fruto de la tradición nórdica que con tanto celo y orgullo conservan, y otros muchos con apelativos como Fjölnir, Valur, Fylkir, Breiðablik o Þróttur (se pronuncia como una Z castellana) que no desentonarían en una novela de Tolkien.

¿Dónde está la gente?

La afluencia de público, hay que reconocerlo, es escasa. En parte, se debe al tamaño reducido de los campos, que raramente alcanzan las 5.000 localidades e incluso conservan muchas zonas de pie, sin asientos. El único estadio de dimensiones aceptables es el Úlfarsárdalur, en la capital, que hace las veces de sede de la selección... y del Fram, entidad antaño gloriosa pero hoy estancada en la segunda categoría. El nulo éxito internacional de los clubes, que jamás han pasado de las rondas preliminares, tampoco ayuda. En su defensa cabe recordar que la población total del país, estimada en 330.000 habitantes en el último censo, no da para mucho más.

Selección islandesa celebrando una victoria. Foto: FootyFair.
Selección islandesa celebrando una victoria. Foto: FootyFair.

Visto lo visto, es tan sorprendente como admirable el éxito reciente del combinado nacional. Los Strákarnir okkar se han clasificado por primera vez para la Eurocopa, y no se debe a la ampliación del cupo, sino que lo han hecho por méritos propios, dejando por el camino a Países Bajos y dando disgustos a rivales con pedigrí como Turquía o Chequia. De hecho, les faltó el canto de un aurar para meterse en el último Mundial, del que sólo les pudo apear Croacia en un play-off bastante reñido.

Ocurre, no obstante, que salvo extrañísimas excepciones que normalmente sólo tienen hueco en partidos amistosos, todos los jugadores convocados militan en plantillas del exterior de la tierra de hielo, por lo que la afición cuenta con los dedos de una mano las ocasiones que tiene de ver en directo a sus ídolos a lo largo del año. Esta es una más de las rarezas de Islandia, un país que parece estar hecho totalmente al revés de lo que por aquí consideramos normal. Y no tiene pinta de que el frío vaya a desaparecer, pero a los nietos de Thor (Þór, dicen ellos) no les hace falta. Están más que acostumbrados, incluso lo disfrutan, y al que no le guste, que se abrigue.

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Sobre el autor
Luis Tejo Machuca
Mi mamá me enseñó a leer y escribir; a cambio yo le di mi título de Comunicación Audiovisual de la URJC para que lo colgara en el salón, que dice que queda bonito. Redactor todoterreno, tirando un poco más para lo lo futbolero, sobre todo de Italia y alrededores. Locutor de radio (y de lo que caiga) y hasta fotógrafo en los ratos libres. Menottista, pero moderado, porque como dijo Biagini, las finales no se merecen. Se ganan.