Había quedado con la sangre en el ojo. A Marcela Acuña (47-7-1, 19 KO) no le gustó nada el fallo de su pelea anterior, la derrota en abril de este año ante “la Bonita” Daniela Bermúdez (23-3-3, 6 KO), por decisión unánime, lo que le significó la pérdida del título mundial súper gallo FIB. Pero no dejó pasar mucho tiempo. 15 días después, ya estaba nuevamente en el gimnasio.
Y así llegó otra oportunidad. Esta vez, derrotó a Laura Soledad Griffa (16-2, 1 KO) y recuperó la corona de la Federación Internacional de Boxeo. Fue por decisión unánime y con el arbitraje del señor Antonio Zaragoza.
El encuentro demostró que la vigencia de “La Tigresa” es indudable. Despejó todas las preocupaciones que habían dejado la derrota ante Bermúdez, ya que volvió a mostrar sus mejores atributos, aquellos que le permitieron ganar tantos títulos y peleas difíciles.
La formoseña desarticuló siempre la ofensiva de su rival con su arma predilecta, el jab. Algo tan simple como el golpe que marca distancias fue lo que inclinó siempre la balanza a favor de la primera boxeadora profesional de la historia argentina.
El combate comenzó con una impronta que en general se mantuvo a lo largo de toda la pelea. Acuña utilizaba el jab para mantener a distancia cómoda a su rival, a la vez que Griffa intentaba esquivarlo para achicar espacios y lograr dañar a su adversaria.
No logró hacerlo casi nunca, pues además de tener un jab muy preciso, Acuña también tiene excelentes pergaminos cuando se trata de clinches, los abrazos. Siempre que Griffa conseguía escabullirse entre las manos de Acuña, la campeona rápido desactivaba la presión abrazando a su rival, constantemente trabándole los brazos, para impedirle pegar en el clinch. E incluso cuando esto parecía complicado, sus pies siempre la acompañaban y le respondían a la perfección para dar el paso atrás y alejarse del peligro.
Esto en cuanto a aspectos defensivos. Con respecto al ataque, el contragolpe fue lo que más réditos le dejó a la tigresa. Un error de Griffa es lo que le facilitó las cosas a Acuña: al intentar acortar distancias, inclinaba primero el cuerpo, y después salía el movimiento del golpe. Regla también de la esgrima, que marca la estrecha similitud que estos deportes poseen: primero se estira el brazo con el arma, después el paso adelante; de lo contrario, uno se expone defensivamente sin lograr ser punzante en ataque.
Entonces, lo que aparecía primero en zona de fuego de Acuña era la humanidad de Griffa, después aparecían sus manos. Así, la campeona siempre pegó primero, lo que le daba superioridad en todos los intercambios de golpes, donde se impuso de manera casi absoluta.
Pasaron los 10 asaltos. Sonó la campana final, e instantáneamente Acuña levantó los brazos, sabiéndose ganadora. Pero también demostró la camaradería que existe siempre entre ella y sus rivales: abrazó a “la joya” Griffa, y juntas saludaron a todos los presentes. Las tarjetas fueron de la siguiente manera: Javier Gueido, 97-93; Gabriel Tavela, 97-93; Jorge Basile, 98-92.
Indiscutible victoria. La tigresa parece de acero, y del inoxidable, porque los años no aparentan estar pasándole factura.