Mentiría si dijera que nunca imaginé esto. Todo lo contrario. Desde hace un año sufría de solo pensar en este fatal desenlace. Aun así, me mantuve con la fuerte convicción de que entre todos, podíamos poner las cosas en su lugar, despertar de esta pesadilla, pero semana a semana, mi ilusión solo recibía golpes bajos, y ella, terca, volvía a levantarse. Esta vez, mi ilusión besó la lona y no tiene fuerzas para ponerse de pie. Por esta resignación, le debo unas disculpas a Independiente. Considero un pecado bajar los brazos y no mantener la fe intacta hasta el último segundo, pero mi corazón ya no aguanta tanto dolor.

De nada sirve pensar “que hubiese sido si…”, ni lamentarse por un penal errado, un error táctico o una mala contratación. La realidad, marca que salvo un milagro, Independiente jugará la próxima temporada en la B Nacional. Increíble para el mundo del fútbol, chocante para todos los hinchas, tanto para aquellos que lo vieron ganar todo, como para los más jóvenes, los que crecieron escuchando hazañas y siguen esperando vivirlas.

 Los culpables están a la vista. Unos, por maldad, otros por inaptitud, el castigo quizás sea diferente, pero la consecuencia de sus actos deviene en un mismo sufrimiento, inexplicable para una multitud que, si bien también es responsable, siempre apoyó y sin dudas, no dejará de vestir con orgullo su casaca roja. El hincha apoyó siempre, tuvo paciencia, fue a todos lados, convencido de que la situación era difícil, pero entendido de que “la única lucha que se pierde, es la que se abandona”. Dirigentes, cuerpos técnicos, planteles, ninguno estuvo a la altura de la circunstancia. Nunca comprendieron lo que estaba en juego, nunca tomaron esto con la seriedad y el compromiso que se necesitaba. La camiseta de un club tan grande, sumado a un contexto que no era el indicado, fueron demasiado. Los 108 años de grandeza no se olvidan, ni se pierden, pero esta mancha, este dolor, será imborrable para cada uno de los fanáticos de la institución más ganadora de América.

 “Es solo fútbol”, afirman aquellos que tratan consolarme en mis tristezas. ¿Cómo les hago entender que es mucho más que fútbol? ¿Cómo explico que Independiente está en mis genes, en mi sangre, en mi cotidianeidad? El sentido de pertenencia con un club de fútbol, a veces resulta más grande de lo que muchos creen. Independiente forma parte de mi identidad, de un conjunto de valores y creencias con los que mi crie desde pequeño. Por eso cada triunfo o derrota influye en gran medida en mi autoestima, por eso ésta herida tardará en cerrar, si es que algún día termina de hacerlo.

Sólo quiero que cuando el hecho se consuma, sea sin incidentes. Quiero que la despedida sea en paz. Quiero irme con la frente en alto. Demostrando nuestra grandeza en la derrota como tantas veces lo hicimos en la victoria. No quiero buscar excusas, ni culpables fuera del club. Quiero irme orgulloso de defender los colores de un club lleno de historia, hazañas, mística, ídolos, copas, récords.

Las lágrimas derramadas en este tiempo, me llevaron a una conclusión irrefutable: amo más que nunca a Independiente. Al nacer le juré amor eterno, y prometo cumplir esa promesa. Estaré en las malas junto a él, con la seguridad de que se levantará con más fuerzas que nunca. Los de mi generación, estaremos preparados para admirar su grandeza. Prometo estar en este proceso de recuperación en el que habrá que hacer limpieza y refundar el club. Te prometo, Independiente, no abandonarte y amarte siempre, hasta el final. Hasta el último de mis días.

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