Resulta complicado hablar de fútbol y no pensar en Argentina. Cuna de grandes futbolistas y madre de varios de los mejores cánticos que se puedan escuchar en las gradas de los estadios, el verso en el que fue escrito el juego de su campeonato nacional durante la segunda mitad del siglo XX ha sido superado poco a poco por el resultadismo, el fútbol negocio y unas barras bravas ante las que nadie parece tener responsabilidades.

Los directores deportivos europeos siempre tienen la vista puesta en el fútbol argentino. Allí es donde se suelen encontrar las mejores fábricas de atacantes de todo el mundo. Menudos, rápidos, habilidosos, con buen disparo y con la capacidad de generar peligro sobre un ladrillo. El mal momento que vive el campeonato local no ha impedido que nombres como los de Ángel Correa, Manuel Lanzini, Leandro Paredes, Duvan Zapata, Lucas Melano o Gonzalo Verón hayan llegado a las mesas de reuniones de los clubes más grandes del viejo continente. 

Nacidos para emigrar

Quizás por ese gran escaparate que supone la Primera División la calidad del fútbol argentino haya decaído tanto. La crisis económica que sacude a los clubes de la máxima categoría ha obligado a que muchos de los futbolistas que surgen de las inferiores a llevar sobre el cuello el cartel de 'Se Vende' desde la primera vez que pisan el césped de sus respectivos estadios. Lejos quedan aquellos días en los que las hinchadas se frotaban las manos con la cantidad de tardes gloriosas que esperaban de aquel futbolista que debutaba con el primer equipo aún en edad juvenil. Hoy las manos se frontan con el precio del traspaso que acabe con los huesos del 'pibe' en otro país. 

Los campeonatos cortos empujan a las directivas a plantear proyectos a un plazomuy reducido. Probablemente, el plazo más corto de todas las ligas consideradas importantes. Diecinueve jornadas se estiman insuficientes para saber si una idea ha cuajado, si un entrenador ha cumplido los objetivos o si un equipo es merecedor o no del campeonato, pero las decisiones se toman en base a los logros obtenidos. Y entre tanto, decenas de traspasos, multitud de caras nuevas y un fútbol debilitado con la marcha de sus jóvenes promesas. Es precisamente esa fuga de talentos la que obliga a los entrenadores a practicar un fútbol rácano, plano, sin brillo. La ausencia de aquellos jugadores que resultan diferenciales en los últimos metros provoca un diluvio de balones colgados al área con el objetivo de evitar una posible pérdida en la salida del balón. Comprensible, al fin y al cabo. El técnico es consciente de que en 19 jornadas se dirimirá su futuro. No hay margen de error, no hay lugar para las sensaciones, solo para los resultados.

Las barras bravas

Más delicado y preocupante resulta la violencia generada por los hinchas más radicales. Afincados en los despachos de los directivos en forma de guardaespaldas, de chóferes o, simplemente, de visita para solicitar dinero, se dejan ver en las gradas con posturas intimidantes y gorras tapando sus miradas de odio. Viven más allá de la legalidad y se sienten los reyes que nunca fueron desde la altura del paravalanchas, su trono particular. Rostros conocidos por todos pero carentes de represalias, calificados bajo el débil argumento de "hinchas caracterizados" por las directivas de sus equipos e incluso entrevistados por los medios de comunicación durante sus viajes o en los platós de televisión.

Resulta injusto afirmar que las barras bravas son los pulmones de los estadios, ya que si de algo puede presumir la liga argentina es de los ambientes que generan sus hinchas domingo tras domingo. La prohibición de entrada de las hinchadas visitantes, más allá de haber sido la gota que ha colmado el vaso de la mala gestión de Grondona, es otra estocada, quizás la definitiva, a la lírica . Acusado de favorecer equipos de su agrado y de hacer y deshacer a su antojo, el presidente de la AFA tomó esta polémica decisión con la excusa de acabar con la violencia en los campos de fútbol. Sin embargo, Grondona debió obviar que la mayoría de incidentes son generados por los cabecillas de la misma barra brava. Y es que las inmensas cantidades de dinero que mueven al mes estos grupos – según el periodista Gustavo Grabia los líderes podrían tener unos ingresos de más de 60.000 dólares al mes – son los motores de la violencia dentro de un fútbol que cada día que pasa está un centímetro más hundido. 

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Sobre el autor
Fernando Beltrán
Me he pasado la vida pegando patadas a todo aquello que me ha impedido soñar, que me ha impedido tener ilusiones y que ha trabado mis proyectos.