Los tiempos cambiaron, se nota. Y la mentalidad de la gente también. A veces, ir a la cancha es más riesgoso que placentero. Pero no porque pierda tu equipo, sino de que esté todo en armonía, algo casi imposible de conseguir en estos días. Los estadios se llenan de personas que lo que menos miran es fútbol. De espaldas al césped, vigilando a sus compinches y custodiando a sus enemigos.

Sí, porque ya no hace falta vestir de diferente color para patear para a distinto arco. Los mal llamados “hinchas” se pelean entre sí, se matan y se denigran para ver quién es el dueño de la barra. El pasado 21 de julio, Boca Juniors visitó a San Lorenzo. Pero no se enfrentó con el equipo del Bajo Flores, sino que entre ellos mismos. Increíble. Como debía ser, tuvo consecuencias, pero las pagaron todos. Es hasta el día de hoy que los visitantes no pueden concurrir a los estadios, dejando (en algunos casos) un gran hueco en las gradas difícil de llenar. No obstante, ya con los recintos colmados por fanáticos vestidos del mismo color, los partidos se siguen suspendiendo por escándalos de los barras.

Como pasó a principio del octubre anterior, donde, afortunadamente, la policía arrestó a una gran cantidad de hinchas de Independiente por un probable conflicto entre dos facciones del “Rojo”. En Inglaterra ya pasaron por casos similares; los llamados “hooligans” producían terror y destruían todo lo que se les cruzase. Ellos ya han podido erradicar estos actos vandálicos que hoy están presentes más que nunca en nuestra sociedad. Algo tan natural de manera que hoy ocupa una sección en los diarios, como si fueran otro deporte o algún equipo más.

El fútbol pasó de ser una pasión a ser un negocio. Los resultados dejaron de importar y el repudio al prójimo es cada vez más evidente, sus cánticos lo explicitan. O sus canciones (en plural), si se trata de dos facciones que comparten un mismo templo y entonan diferentes himnos paralelamente. Suprimir las propias pasiones para escasear el negocio sucio del otro quizás sea la solución, pero no es la más preferida. La idiosincrasia de estos hombres se cierra cada vez más y no pueden dejar de pensar en ellos mismos. Por suerte, todavía hay gente que se esperanza con que algún día, estos mafiosos del fútbol se borren de las canchas para dejar ver lo más lindo que tienen los estadios: el fútbol. Barras, una palabra que no tiene sinónimo pero bien podría tener miles que lo califiquen.