Estimado Marcelo Bielsa,

                   Antes de comenzar a escribirle algunas palabras quiero pedirle disculpas. Asumo mi error al haber sido tan tajante con usted tras su paso por la selección nacional y el mal desarrollo en Corea-Japón 2002. Sé que pasó mucho tiempo de ello y que su historia fue mucho más grande, pero como compatriota y crítico en aquel entonces hoy consolido mis disculpas hacia usted, aunque jamás haya recibido mis comentarios.

                   Por sobre esto, déjeme decirle que me honra. Tras su desembarco en Marsella entendí que las revoluciones modernas existen. Comprendí al verlo vestido con ropa deportiva y sobre su heladera de refrigeración que lo suyo es más grande de lo que creía: se impuso a los perfumes, a la moda y al champagne francés. Superó los millones de dólares que invierten los que viven para comercializar el fútbol y demostró que la sabiduría tiene calidad y no cantidad y que el saber no se compara con un elevado precio. Agarró un equipo de jugadores que apenas eran conocidos para convertirlos en abanderados de una ilusión. Y sí señor, aunque su modestia no lo permita todo esto lo consiguió usted.

                   Sabe, el otro día pensaba sobre su figura y me di cuenta que lo admiro. No solo por su capacidad para revertir críticas y enojos sino porque lo suyo trasciende el mundo del fútbol para sumergirse en la vida de las personas. En el siglo XXI es usted una persona que defiende ideas: en Argentina, Chile, España o Francia. Es raro, sí, no lo voy a dejar de decir nunca, pero esa rareza a la par de la propagación de su idea es lo que me hace sentir admiración.

                   Esta carta que le escribo tiene lugar en el marco de unas notas periodisticas de fin de año a la que me invitaron a formar parte. El tema era libre y yo sentía la necesidad conmigo mismo de cerrar una etapa con usted. Entiendo que nunca la va a leer, quizás no por falta de voluntad sino por dificultad de llegada. Soy consciente que así como no llegaron mis críticas a comienzo del nuevo milenio, tampoco le llegará a usted mi más profundo respeto y admiración, pero no me importa.

                   No quiero dejar pasar esta oportunidad para agradecerle. A su manera, con sus pro y sus contras, con sus fondos y sus formas es usted un ser especial para los argentinos. Nos da la posibilidad de reinventarnos, de creerle y de ilusionarnos. Nadie en estas tierras es hincha del equipo que dirige pero sí hay fanáticos de usted. Y yo, desde mi lugar, no creo estar seguro de encajar en esa línea pero sí voy camino a ello. Por supuesto que la conformación de esa característica no será su camino en la bella Marsella, sino que para que mis sentimientos cedan frente a usted voy a ser lo más parcial posible con el objetivo de definirlo tras su último partido en el combinado francés. Digo esto, que poco importa, porque los argentinos tenemos la particularidad de peinarnos para la foto que no salimos y de asistir a eventos donde no nos invitan, y es por ello que mi juicio final hacia usted puede esperar.

                   Querido Marcelo, si me lo permite, gracias. Le hablé de honor, de aprecio y deseo despedirme con las gracias que usted se merece. Nos invita constantemente a equivocarnos, nos alienta a seguir haciéndolo, nos comparte su idea cada fin de semana, pero sobre todo nos anima a ser valientes del mismo modo que usted lo fue en cada lugar donde se hizo presente. Vaya impronta. Es un encanto para mi poder seguir de cerca lo que hace -en el mundo de las telecomunicaciones un océano de distancia parece cerca-. No me queda más nada que decirle. Le deseo un excelente 2015. Confío que el camino en el conjunto celeste terminará de la mejor manera, y sino no importa. Lo suyo ya es para la historia grande. Solo eso.

                   Un afectuoso saludo. Atte. MRB