Hubo que esperar. Hubo que sufrir. El Azul no encontraba respuestas en todo el 2017 y parecía que la agonía sería muy sufrida y temprana. Una tarde casi invernal en Mendoza aguardaba un partido clave para el representante de esta provincia en la Primera B Nacional. El rival era Gimnasia de Jujuy, de andar irregular en el torneo.

Los primeros veinte minutos de la Lepra fueron dignos de reconocer, tanto por el esfuerzo para no dejar jugar al rival como por la insistencia para llegar al área. A pesar de que hubo más de una situación que complicó a la defensa jujeña, la puntería no estuve presente.

Después de ese lapso hasta el entretiempo, primaron el cansancio y la falta de aproximación hacia el arco del Lobo y el esmero de Diego Cardozo, el juvenil Lautaro Disanto y Crisitan Tarragona tendrían sus consecuencias en el segundo tiempo.

Al inicio del complemento, llegaría el tan ansiado premio. Luego de un centro desviado, una pelota en el palo y un rebote, Tarragona no perdonó y colocó el balón bien abajo. Alegría. Emoción. Los miles de hinchas locales en el estadio Bautista Gargantini se desahogaron. 

¿Qué pasó el resto del partido? Gimnasia aprovechó que Independiente retrocedió y trató de buscar el empate, pero careció de profundidad, por impericia propia o por la gran labor de Yeimar Gómez Andrade y Sergio Rodríguez. 

La Lepra sentía eterno cada minuto. Las piernas pesaban. El público sufría cuando la visita amenazaba e imploraba que la suerte estuviera de su lado, al menos esta vez. Las plegarias fueron escuchadas después de doce fechas.

El triunfo no lo saca de la zona de descensos y en lo que resta del torneo tendrá escollos difíciles de sobrepasar. Pero esta victoria es una pequeña luz en medio de la oscuridad que el mismo Independiente se ha sumergido. Resta esperar cual será su destino. 

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