Ni el peor de los pesimistas hubiera imaginado el presente de Vélez. En seis meses descenderán los últimos cuatro equipos de la tabla del descenso, en la cual, el Fortín figura en el puesto 24 de 28. Los resultados de estos 12 meses sembraron aún más las dudas y los temores.

¿A qué se debe? Las causas son varias, pero apuntando precisamente al rendimiento, el equipo nunca consiguió seguir una línea juego sólida de la cual sostenerse y así conseguir esos valiosos tres puntos. 

A Vélez le marcaron un promedio de 1,14 goles por partido, es decir, que en este año el equipo recibió un tanto cada 79 minutos.

La zona más endeble, por abismal diferencia, fue la defensa. En números, el arco sufrió 32 tantos en 28 partidos y tan sólo lo mantuvo en cero en 10. La línea de cuatro fue siempre la elegida esquemáticamente, y, sin hacer nombre por nombre, se debe resaltar la lentitud, la agresividad y la inocencia con la que ésta disputó la gran mayoría de los partidos.

Para detallar lo anteriormente mencionado: desbordes por las espaldas que nadie llegó a cubrir, una línea adelantada por la cual se colaban delanteros, infracciones cerca del arco propio totalmente absurdas, desinteligencias para tomar marcas y la exagerada acumulación de tarjetas amarillas que comprometieron al equipo varias veces. Y aunque no siempre fue así, la responsabilidad fue compartida entre los 11 jugadores y no en los últimos cinco.

El Fortín marcó 30 tantos en 28 cotejos. Un gol cada casi 90 minutos, una cifra menor comparado a los que recibió en contra.

El mediocampo tal vez fue esa pizca de esperanza que alentó a los fortineros a no perder la fe. Dejando de lado a los rivales de amplia billetera, a los cuales casi nunca pudo hacer frente, Vélez consiguió hacerse dueño en muchas ocasiones. Un cinco que cortaba y otro que controlaba el tiempo, mientras que un volante exterior cortaba por adentro y el de la otra banda desbordaba por el segundo palo. 

Costó hacerse con esta idea, pero dio sus frutos en un equipo verde plagado por juveniles. Precisamente de esta inexperiencia, de los problemas defensivos y de la diferencia de calidad, no resultó tan extraño la escasez de goles. A lo último hay que sumar la falta de nombres de peso, o al menos, la falta de físico de todos los que llegaron como refuerzo.

La falta de refuerzos de calidad y de la disposición de los que llegaron atenuaron las complicaciones al momento de formar un equipo altamente competente para los cuerpos técnicos.

Pero la irregularidad no fue solo en los resultados ni en los jugadores. El cuerpo técnico tuvo también decisiones cuestionables acompañadas de aciertos tácticos. En cuanto a lo negativo, hubo momentos en que se apoyó demasiado en los jugadores de experiencia, le dio menos lugar a otros juveniles de pasado buen rendimiento, no fue suficientemente ambicioso en partidos accesibles y ciertos planteos nunca se llevaron a cabo, claro está, a pesar de la falta de recursos.

En cuanto a lo positivo, De Felippe y compañía lograron un invicto de ocho encuentros entre el final del torneo 2016/17 y el comienzo del actual, algo casi impensado por estos tiempos. Pero sacando de lado los datos, en aquella seguidilla se formó una suerte de estilo que los jugadores intentaron seguir adelante aunque sin continuidad, pero suficiente para sacar algo de aire y mostrar que algunos jóvenes están a la altura de las circunstancias.

Ahora será el turno de Gabriel Heinze y de la nueva comisión directiva de dar vuelta una actualidad más que comprometida y para resurgir uno de los equipos con mayor riqueza en la historia del fútbol argentino.

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