Es moneda corriente en los clásicos. Sea un Boca - River, o en este caso, Colón - Unión. La tensión corta el aire. Son partidos en los que se disputan más que simplemente algunos puntos. Manejar los nervios, dar bien el primer pase, desactivar el primer centro rival, se vuelve tan importante como estar en buen estado físico. El problema es que, a menudo, esto termina oscureciendo el espectáculo deportivo.

Y eso fue este clásico santafesino, el n°90 en la historia. Cero emociones. La intensidad estuvo. La emotividad estuvo. El marco de público, el apoyo de los casi 35 mil hinchas sabaleros, se hizo sentir todo el partido. O al menos, en los primeros minutos y poco antes del final del partido. El juego no dio argumentos para emocionarse en absoluto. Para los hinchas es otra cosa, pero para quien no sea de la ciudad de Santa Fe, difícilmente se vaya a encontrar alguien que no diga que el partido fue aburrido.

Unión empezó mejor. Con un libreto, autoría de Leonardo Madelón, que difícilmente cambia, independientemente del rival. Presión fuerte sobre los volantes centrales, y salida rápida hacia a las bandas para después abastecer a los delanteros. Sin embargo, en el segundo tiempo se diluyó mucho, y jugó los últimos 20 minutos dando la clara impresión de estar conforme con el empate a domicilio.

El Sabalero, por su parte, transcurrió el partido con una falta de reacción parsimoniosa. Nunca logró poner en verdaderos aprietos al arco unionista, primero defendido por Facundo Papaleo, y después por Marcos Peano. Sucumbió ante una mayor vehemencia en el juego por parte de Unión, que gracias a haber podido mantener a gran parte de sus jugadores, empezó esta Superliga con un nivel muy similar al del semestre pasado. Se notó mucho la falta de Matías Fritzler, una suerte de brújula del equipo. Alan Ruiz no logró casi nunca encontrarse de frente a campo contrario con el balón en su poder, ante lo que tuvo que retroceder para poder hacerlo. Jugó los últimos minutos casi metido entre sus centrales, Guillermo Ortiz y Erik Godoy.

La rareza del partido, y quizás el momento más “interesante” del encuentro, ocurrió a los 25 minutos de la primera parte. Centro de Godoy desde mitad de cancha, y el arquero unionista Facundo Papaleo lo tapó, pero dejó rebote al piso. Cuando se tira a tomar nuevamente el balón, Ortiz acababa de patearla intentando anotar el gol. Así, el joven de 24 años que fue titular ante la lesión del histórico Nereo Fernández, ligó un pelotazo de lleno en la cara, y a muy corta distancia.

El juego se detuvo -para colmo- y a los dos minutos ya las cámaras mostraban el ojo izquierdo hinchado. Por precaución, y ante las lágrimas de Papaleo, Madelón decidió reemplazarlo con el juvenil Marcos Peano, de 20 años.

Franco Soldano se mostró como lo mejor de la visita, junto con Franco Fragapane y algunos momentos de Nelson Acevedo y Diego Zabala. Soldano fue sin dudas el jugador más sacrificado del conjunto tatengue, siempre peleando con los defensores rivales, e incluso bajando a la zona de gestación para facilitar el tránsito del balón.

Por desgracia, no hubo mucho más. No hubo más, en realidad. Sí, Unión dejó una mejor impresión. Y eso deja la idea de que el empate le sienta mejor a los dirigidos por Madelón. Del lado de Colón, en cambio, quedó la imagen de un equipo que tiene una idea, o el técnico Eduardo Domínguez la tiene, pero que no logró nunca expresarla claramente en el juego. Javier Correa quedó muy lejos de la pelota, mientras que Nicolás Leguizamón no pudo dañar la defensa visitante, a veces por el buen desempeño de Yeimar Gómez Andrade y Darío Bottinelli, otras veces por falta de juego.

Se fue otro clásico, en un desandar que no es extraño al choque de los dos equipos santafesinos. No es la primera vez que un Colón - Unión carece de atractivo, que demuestra falta de espectáculo. Nueva decepción, en el 35° empate en el historial.