Cuando uno analiza este nuevo/viejo equipo de Boca tiene que tener en cuenta los tres meses de receso. Para ponerlo en consideración, el tiempo sin competencia es casi lo que insumía un campeonato corto de los de antes. El Boca fines del 2016 había encontrado una química de juego que llamaba la atención. Hacía un tiempo prolongado que los conjuntos xeneizes no jugaban con la calidad de esas últimas presentaciones. Mucho pase corto a un toque, triangulaciones, desmarques y movimientos permanentes de sus jugadores. Y gol, mucho gol. Ese Boca era una fiesta.

Pero el tiempo pasó. Este Boca verano 2017 transita por otro circuito. Está lento, torpe, desconcentrado. Yerra marcas, pases y goles. Salvo Bou que cumple con su designio goleador, nadie da el paso al frente. Ni el talento inconmensurable de Gago. Nada parece ser cómodo en la era post Tevez.

Los mellizos Barros Schelotto prueban variantes, cambian posiciones, modifican apellidos. Buscan la formula extraviada. El domingo, si finalmente se juega la fecha, Boca enfrentará a Banfield, de visitante, con la incógnita de un funcionamiento errático.

Claro que nada es blanco y negro en el universo boquense. La historia ha demostrado que la competencia oficial es un sitio en el cual Boca se siente a gusto. De hecho, el mejor partido del verano fue el último, con Colón, cuando la hora de reiniciar el torneo se aproxima. Como un gran felino al acecho, como un tiburón surcando mares a la espera de presas, Boca huele la proximidad del campeonato. Se acerca su hora. La Libertadores 2018 espera.