La vida de Ezequiel Barco va más rápida que la de cualquier adolescente. A principios de 2015 aún estaba en la academia de Jorge Griffa, cuando reapareció la oportunidad de probarse en otro club grande. Ya había sido rechazado en Boca y River por su baja estatura, pero el Club Atlético Independiente le abrió las puertas. Cuando terminaba el primer semestre de 2016, el sueño de Barco, ya afianzado en la sexta división, era integrar el plantel de Reserva que dirigía Fernando Berón. Sin embargo, la llegada de Gabriel Milito aceleró los planes: debut en Primera División, ovaciones de la hinchada, halagos de sus compañeros, entrevistas, flashes y la oportunidad de defender a la Selección Argentina en el Sudamericano Sub-20.

Con apenas 17 años, Barco fue elegido para llevar el dorsal N°10 que tanto significa en un país futbolero por excelencia y cuna de Diego Armando Maradona y Lionel Messi. Siendo el más joven de los 23 citados, muchas de las esperanzas se basaban en su sola presencia. Pero resulta que las selecciones menores de Argentina ya no son lo que eran tras las salidas de José Néstor Pekerman y Hugo Tocalli. Cuando los demás países trabajaron más de un año para buscar las clasifiación al Mundial Sub-20, Argentina se preparó en dos meses y estuvo un año sin director técnico. Barco, que en junio de 2016 soñaba con sumar minutos en Reserva, entrenaba a las ordenes de Claudio Úbeda los días de semana y luego salía al hostil Libertadores de América, desesperado por triunfos.

La Selección Argentina comenzó el certamen con un 4-2-3-1 en el que Barco jugaba de mediapunta. A sus costados tenía a Lucas Rodríguez y Brian Mansilla; por delante, Lautaro Martínez. Pero los resultados no fueron buenos y el juego dejaba mucho por desear. Barco intentaba con sus gambetas aunque no lograba ser del todo preciso. Dos empates agónicos ante Perú y Uruguay, y el hallazgo de Marcelo Torres en la delantera, llevaron a Ubeda a sacarlo del once titular. Argentina mutó a un 4-4-2; perdió elaboración pero ganó en el área con los goles del juvenil boquense. Desde el banco de suplentes, ya sin la confianza con la que llegó a Ecuador, a Barco se le complicó para mostrar su fútbol. Siempre ingresó con el equipo obligado a remontar, apremiado por el marcador y apurado por el reloj. No jugó a un buen nivel y de seguro él lo sabe, pero tampoco el contexto era el ideal, y no es fácil pasar de la Liga Rosarina a los flashes en menos de dos años.

Aún así, de todo es posible sacar conclusiones y será tarea de Ariel Holan potenciar a Barco. En Independiente ha demostrado ser muy peligroso cuando se le dan espacios, y demasiado habilidoso -considerando su edad- para sacarse jugadores de encima y enfilar hacia el arco. El problema radica en la toma de decisiones una vez haya dejado rivales en el camino. Está claro que necesita opciones de pase y esa fue una carencia del equipo de Úbeda, donde ante cerrojos numerosos se optaba por llenar el área de centros.

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