Otra edición del torneo del fútbol argentino llegó a su fin y junto con ello, en todos los clubes, comienza un período de autocrítica para no volver a tropezar con la misma piedra. En este campeonato, Quilmes no logró plasmar sus ideas ni objetivos en el campo de juego a lo largo de las 16 fechas disputadas y dejó mucho que desear en varias oportunidades, por lo que el cuerpo técnico tendrá una labor un tanto ardúa en la pretemporada para sacar a flote a este equipo, que se encuentra inmerso en un mar de problemas.

Uno de los principales déficits del conjunto dirigido por Alfredo Grelak fue la escasez de juego colectivo y fluido, ya que en la mayoría de las fechas el equipo no poseía una identidad de juego y lejos se encontraba de ser del agrado del entrenador. Pero dicha complicación no fue la  más alarmante que atravesó el Cervecero en la primera mitad del año: la falta del pago de sueldos a los jugadores por parte de la dirigencia jugó un rol fundamental para que el plantel no pudiese entrenar con normalidad ni enfocarse exclusivamente en los partidos.

Varios jugadores del plantel llegaron a tener hasta cinco meses de deuda de su sueldo y mientras avanzaba el torneo decidieron tomar medidas a modo de reclamo: al principio no se juntaban para concentrar y previo al partido frente a Rosario Central por la penúltima fecha no entrenaron durante toda la semana, acción que tuvo su “recompensa” debido a que los dirigentes efectuaron el pago de un porcentaje de la deuda.

Sin dudas, si hay que destacar algo de Quilmes en este campeonato es su entrega incondicional fecha tras fecha pese a las dificultades anteriormente mencionadas. Bajo la idolatría de Rodrigo Braña y Sebastián Romero, el plantel intentó no desplomarse y dio lo mejor de sí para conseguir buenos resultados.

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