No hay palabras posibles para explicar lo cerca que se estuvo en este maldito partido, que de tanto que se acarició la ilusión, solo quedan lágrimas de fuerte dolor. Como las que expresa en su palco el entrenador Daniel Hourcade que, impotente, ve a su equipo dejar el alma en la cancha ante unos australianos que, si bien fueron superiores, decayeron en el segundo tiempo y estuvieron cerca de verse abatidos por Los Pumas.

Los primeros cuarenta minutos fueron enteramente australianos, siendo ampliamente superiores en cada formación móvil, ya sea ruck o maul, los Wallabies le ganaron a Argentina la batalla de los forwards en el primer tiempo, cuestión que fue clave para irse al descanso diez puntos arriba (un mentiroso 19-9 que no indica toda la supremacía amarilla en el campo de juego) en el marcador con tries de Rob Simmons y un doblete de Adam Ashley Cooper. Mientras que el descuento argentino llegó por medio de tres penales convertidos por el apertura Nicolás Sánchez.

En el complemento, el juego cambio radicalmente. Aquí fueron Los Pumas quienes dominaron el partido llevándose puestos a unos Wallabies que defendieron de manera impecable durante todos los cuarenta minutos. Elaborando jugadas de más de diez fases, el seleccionado nacional no pudo concretar todas las intenciones, ya sea por errores propios o virtudes rivales. Sin embargo, cuando la ilusión parecía más cerca que nunca, un enorme arresto individual de Drew Mitchell le sirvió el hat-trick a Ashley Cooper para el 29-15 final.

Gracias, solamente se puede decir eso. Gracias por la ilusión, por no darse nunca por vencidos, por el merito de estar atacando hasta el último minuto y enaltecer este estilo de juego. Por dejar hasta la última gota de sangre en Twickenham que igual de orgulloso que toda la Argentina, fue testigo de cada embate celeste y blanco. No pudo ser, con un enorme merito de los Wallabies (hay que reconocerlo) Los Pumas vendieron carísima su derrota. Sin embargo jugarán por el tercer puesto ante los Springbooks.