Estadio 'Maracaná', 28 de junio de 2014, ante más de 70.000 espectadores, Colombia se enfrentaba a Uruguay por los octavos de final de la Copa del Mundo. En la nomina titular, se encontraba un joven proveniente de Cúcuta, Norte de Santander, 22 años de edad, en su espalda ondeaba la número '10'. Esa misma que portaron a lo largo de la historia jugadores como "El Pibe" Valderrama, Ronaldinho, Zidane, entre otros magos del futbol mundial.

James Rodríguez, nacido el 12 de julio de 1991, el hombre que tenia la batuta de la Selección Colombia, saltaba al terreno de juego junto a sus otros 10 compañeros de batalla con el objetivo de hacer historia y alcanzar la gloria de pasar a cuartos de final por primera vez en las Copas del Mundo.

Más de 60.000 almas en el mítico Maracaná, eran colombianas. Sonaba el himno y a todo pulmón cantaban jugadores, cuerpo técnico, hinchas en el estadio y desde Colombia, más de 45 millones de mortales que verían a un puñado de 23 jugadores volverse inmortales en el templo del futbol brasilero.

El partido empezaba y el aliento de los colombianos comenzaba a cortarse. El país se paralizó durante 90 minutos para ver jugar a la Selección Colombia. Los uruguayos cargaban contra la integridad de Cuadrado y James, los dos diamantes en bruto de la Tricolor.

James posicionado en la mitad del campo, tomaba la pelota e inteligentemente, ponía a mover a sus compañeros rápidamente para así, no ser alcanzados por uruguayos en el marcaje personal. Colombia controlaba el partido y veía la posibilidad de abrir el marcador. Todos los colombianos, contenían el grito de gol, reunidos en familia, con los amigos, otros en sus casas solos, pero todos unidos y volcados en un solo sentimiento: hacer historia en Brasil.

Bajaban los canticos de las tribunas del Maracaná, las paredes del este emblemático estadio comenzaban a retumbar por lo gritos de "Colombia, Colombia, Colombia". El toque de balón de los jugadores colombianos, obligaban a retroceder a los uruguayos, hasta que llegó el momento de desahogo.

Era el minuto 28 de partido, Colombia en campo contrario haciendo su juego de toque, conectaba en la medular a Abel Aguilar y James. El primero intentaba meter un pase largo a Jackson Martínez pero la defensa uruguaya rechazaba; el rebote lo rescató Aguilar, de cabeza asistió a James, que estaba ubicado fuera del área grande y de espalda al arco. Rodríguez puso a dormir a la caprichosa en su pecho como hacen los caballeros con el amor de su vida, luego la acomodó a su perfil más hábil y de media vuelta, James, sacó de su pie izquierdo, el mismo donde tiene el botín marcado con el nombre de su hija Salome, el remate más hermoso que ha visto este enfermo del futbol. La pelota entraban en lo más alto de la portería donde solo los grandes pueden llegar. Colombia entera estallaba de júbilo, el descontrol y el desahogo se apoderaba de cada alma que vive y siente los colores de su patria. Que ha sufrido tanto, a causa de guerra y baños de sangre, pero que hoy en día, deslumbramos un mejor mañana, donde gritamos por goles y no por tragedias.

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James Rodríguez, un chico de 22 años, lleno de valores como la humildad, respeto, compañerismo, solidaridad, le regalaba a una generación que nunca había visto a Colombia en una Copa del Mundo, el zurdazo para guardarlo en la retina por mucho tiempo.

Sin embargo, el director de la orquesta en el terreno de juego, no iba a parar su majestuosa noche allí. Colombia no bajó la guardia y en el segundo tiempo, alcanzaba la segunda diana; Armero centraba la pelota, Cuadrado de cabeza asistía a James, y este solo tenía que empujarla y ampliar la diferencia a favor de Colombia. Nuevamente, el corazón latía mas rápido porque la euforia se apoderaba de los cuerpos de millones de colombianos. Por mis venas corría la sangre mas rápido, la adrenalina producida por el juego era impresionante y el desahogo, era incontrolable.

El partido terminaba, Colombia estaba en cuartos de final por primera vez en toda la historia de las Copas del Mundo. No importaba quién sería el próximo rival, ya el objetivo estaba cumplido y lo que vendría a partir de allí, era ganancia. Pero en medio de todos los jugadores colombianos, era él quien brillaba más, su número en la espalda se hacía cada vez más pequeño porque su grandeza era incontable. James Rodríguez, tema de inspiración para millones de niños que ya no piensan en un futuro ser como el hombre que le dio miles de desgracias a este país, Pablo Escobar, sino que se ven como el hombre que le dio la alegría a un todo un pueblo y se hizo inmortal en el templo que tiene marcadas en sus paredes miles de historias y recuerdo, el mítico Maracaná de Rio de Janeiro, donde Colombia tuvo su propio Maracanazo.