Partiendo de la intención de preservar el espectáculo y sacar el mayor gusto a la pelota, puedo decir que estamos perdidos. En lo que concierne al fútbol, a sus marcadores y sus tablas de posiciones, existe una innumerable cantidad de equipos que han logrado subsistir jugando a no perder, a destruir lo que el rival construye.

En nuestro contexto particular se ha esparcido el rumor de que, para ganar el máximo torneo de clubes de fútbol en América, hay que emplear el mínimo esfuerzo. Evitar fisuras en defensa, tirar el pelotazo y recurrir al auxilio divino para que el único hombre en punta la encuentre. En otras palabras, jugar mal.

No es casualidad que la Copa Libertadores, nuestra carta de presentación frente al mundo del balompié, registre dos ediciones consecutivas en las cuales se coronaron equipos que, más allá de individualidades y de la lógica discontinuidad de un certamen que dura meses, dejaron la sensación de no haber sido dominadores rutilantes ni mucho menos exponentes del juego vistoso.

La esencia de nuestro fútbol siempre ha sido lo espontáneo. El esplendor resulta de lo inesperado. Es lo que nos da un resto de esperanza frente al dominio estructural y financiero que se maneja en el Viejo Continente. Gambeta y garra, si de resumir se trata. Dos propuestas distantes y contradictorias, pero comunes en nuestro lado del charco.

Lamentablemente, la herencia de la Bella Unión argentina, brasileña y uruguaya se está diluyendo en la urgencia de resultados y en la incredulidad con el que intenta, el que propone; con quien pone su confianza en el proceso. "La Copa Libertadores se gana, no se juega", me insiste un amigo cercano, guiado por el "saque si quiere ganar" del Bambino Pons. Tan cómplices del desastre ellos como nosotros, que tragamos entero.

Por lo anterior, es que vale la pena destacar una actuación como la de Santa Fe el pasado miércoles, desbordada de la categoría y la entrega que apremia un partido decisivo, pero con el valor agregado de un juego práctico, fundamentado en la precisión y el aprovechamiento de espacios. Sin especular, el León vapuleó a Colo Colo en Santiago y dio un salto en la carrera por un cupo a los octavos de final.

Convertida en referente del fútbol colombiano, la escuadra capitalina ya apuesta en grande. Sus títulos (2012-I y 2014-II) han opuesto la única resistencia considerable a la hegemonía de Atlético Nacional en el último lustro y hoy, con la sabia conducción de Omar Pérez, respaldados por el oficio de Daniel Torres y optimistas en la explosividad de Wilson Morelo, el albirrojo guarda argumentos de sobra en su repertorio.

Tan valiosa es la convicción en una idea por parte del cuadro Cardenal, que su actuación en el ámbito internacional trasciende incluso la dirección técnica. En 2013 alcanzó las semifinales de la Copa con Wilson Gutiérrez y ahora, con Gustavo Costas, la consigna de ser protagonista en la cita continental se sostiene en su manera de lograrlo. Aquí el fin no justifica los medios.

En un torneo donde a Boca, el superdotado de la fase de grupos, lo recompensan cruzándolo con River y donde doce de los 32 participantes ya han lucido el traje que solo viste el mejor club de América, Santa Fe podrá no ser el gran candidato, pero sí un poderoso contendor. Versátil y sin imposición histórica. De esos que hay que tener en cuenta.

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Sobre el autor
Esteban  Arango
Fútbol y tenis. Editor de la sección de Atlético Nacional. A veces tengo razón.