Algún sabio del balompié nacional dijo una vez —y no estaba errado— que en Colombia hay 48 millones de directores técnicos. Olvidó mencionar que también hay igual cantidad de matemáticos y de calculadoras. De hacía un tiempo para acá todos salían a relucir en las fechas concluyentes de la eliminatorias para los mundiales, aproximadamente desde la decimocuarta jornada de partidos; sin embargo, podría decirse que una selección memorable cortó (al menos por un cuatrenio) con tan lamentable costumbre. Todo comenzó a 3600 metros de altura sobre el nivel mar, el 11 de octubre de 2011, en La Paz.

A los estadísticos no les gustaba acordarse de que ya eran 13 años sin probar el peso de una Copa del Mundo, de que Colombia jamás se había llevado más de un punto jugando en La Paz, de que allá mismo fue vapuleado Argentina, la selección del crack mundial —Leo Messi—, apenas dos años antes, cuando encajó seis goles. A los pesimistas no les sentaba bien que fuera un técnico sin experiencia como lo era Leonel Álvarez el que comandara el reto de llevar al país de nuevo a un mundial; mucho menos el hecho de que en la formación titular haya dejado por fuera al mejor delantero colombiano de aquel entonces, el goleador del Atlético de Madrid: Radamel Falcao. Más allá de eso, a los optimistas —que bien podrían haber sido la mayoría— les llenaba de ilusión el arranque de un nuevo camino, una aurora y la posiblidad de lograr una gesta similar a la que alcanzaron las glorias del pasado.

Cuenta ya la historia que Bolivia propuso, Colombia contuvo y por pasajes replicó; lo tuvo con James, hubo Ospina que estirarse. Solo hasta el minuto 47 pudo estallar la euforia en el país de las cumbias y de los porros, luego de que Dorlan materializara en gol un pase milimétrico del mismo James. Bolivia pasaría a ser una tromba, y como tanto va el cántaro que al fin se rompe, no sería en vano el esfuerzo de los locales por empatar: todo hay que decirlo, Walter Flores se mandó un golazo, apenas a seis minutos del final.

Afortunadamente hubo quien se vistiera de héroe, había visto el partido desde el banco, pero tal vez el gol siempre lo tuvo entre ceja y ceja. Aprovechó un contragolpe, en las postrimerías del cotejo, que orquestaron entre James Rodríguez y Dairo Moreno y resolvió a su antojo, siguiendo sus caprichos. Mandó a guardar el balón y, por demás, tres puntos apoteósicos para Colombia.

Quienquiera que haya vivido esta historia no olvidará este día y la noche del 10 de septiembre de 2013, cuando todos los frutos fueron recogidos y hubo bonanza. Es cierto que en la siembra hubo dificultades, hasta hubo cambio de técnico, pero en general no sería impreciso hablar de un idilio entre selección colombia y colombianos durante estos años y la competición mundialista. Se avista un nuevo trayecto: el destino es Rusia. Si no ha de quererse ver a 48 millones de fieles haciendo cuentas dentro de dos años, es pertinente abordar el sendero del triunfo desde la primera fecha.