El inicio de todo 

Fue en 2019 luego de un clásico que quedó 1 - 1 frente a Independiente Medellín cuando le dije a mi papá "dentro de 15 días contra Tolima volvemos" despidiéndome de él y bajándome del automóvil. 

Que eran dos semanas, al fin y al cabo, con las diferentes obligaciones, la universidad y la vida cotidiana se iban a ir volando y, entre medias, estaba el partido contra Santa Fe en Bogotá.

Lo que nadie sabía es que, esas dos semanas cambiarían por completo el rumbo de todo lo que conocíamos. Ese virus, el que a principio de año todos decíamos "no, eso no llega aquí" entró y se esparció de una forma en la que nos paralizó y destruyó completamente; y, esas dos semanas, quedaron postergadas como un jaque total, porque el último partido que se jugaría fue en el Campín, aquel triunfo contra Equidad 3-4.

Tuvieron que pasar meses para poder, al menos, ver nuevamente a Nacional disputar la liga, pero desde las casas. Cosa que para los que, acostumbrados a ir a la cancha, era una rareza total ver el gramado del Atanasio Girardot a través de una pantalla de televisión. 

La incontable espera

Un año y un poco más tuvo que pasar para que las unidades de cuidados intensivos (UCI), se estabilizaran nuevamente. La vacunación iba viento en popa y la alcaldía permitió el ingreso de 6.000 personas, distribuidas en las diferentes tribunas del estadio. 

El optimismo no era mucho, por estos días no es que haya sido muy gratificante y, las buenas noticias no acompañaban a las personas desde aquel 21 de marzo de 2020, año en el que el gobierno nos encerró (inició la cuarentena). 

Para mí, un estudiante de octavo semestre Comunicación Social - Periodismo que apenas comienza a tener sus primeros pasos en el periodismo, no era una garante de entrada, lo único que tenía, era mi abono reservado, abono que, desde la edad que tengo, 23 años, renovaba cada año junto con mi padre, ese mismo que por primera vez me llevó a la cancha y es el culpable de que Atlético Nacional se haya vuelto una obsesión en mi vida. 

Cuando Nacional sacó el comunicado de que la prioridad se le daría a quienes guardaron el abono, corrí inmediatamente a la página del club a cumplir el sueño de volver a ver a mi equipo, pero, para mi sorpresa, el servidor se saturó y tuve que esperar dos horas, dos tortuosas horas para poder ingresar nuevamente a la página web. 

Al fin, la página cargó, tomé la tarjeta y compré dos boletas en occidental alta, esa tribuna a la cual mi papá me llevó por primera vez. Cuando el código QR llegó a mi correo electrónico, los ojos se me encharcaron de lágrimas; tomé el teléfono y llamé a mi papá: 

- ¿Aló, hijo? -contestó al otro lado de la línea

- Padre, volvemos a la cancha -

- ¿Si las conseguiste? 

- Revise el correo -le dije emocionado.

22 años atrás, él me había llevado por primera vez a la cancha y me pareció que, en este nuevo regreso, yo debía ser quien lo llevara, ya que de 51 años que tiene, durante 40, jamás había estado tanto tiempo sin asistir a un partido de nuestro amado Atlético Nacional. 

El anhelado regreso 

El día había llegado, paradójicamente contra el Deportes Tolima, el partido que nunca había llegado y, aparte, era no solo nuestra pesadilla sino el campeón del Fútbol Profesional Colombiano. 

Parqueamos en los alrededores del estadio, como siempre a eso de las 7:20pm y, la caminata, esa que era cotidiana se volvió algo hermoso, pasando por las casas, los érboles, el riachuelo y llegando a las inmediaciones de la Unidad Deportiva Atanasio Girardot.

El corazón latía a mil por hora y la ansiedad me consumía. Volver a ver los quioscos abiertos, la gente tomando cerveza, inclusive volver a sentir esa adrenalina de cuando era niño hizo que mis gafas se empañaran y las lágrimas comenzaran a caer de mis ojos. 

Mostramos el código y, al entrar, abracé una columna con todas mis fuerzas. No importaba la mirada rara de la gente o que algunos dijeran "es un pedazo de concreto". Para mí, era como abrazar un familiar que no había visto por años y que merecía volverlo a ver. 

Comenzamos a subir las escaleras, de concreto, esas que dirigen a una pequeña entrada sobre las cabinas de radio y ahí estaba, imponente, verde y frondosa, tal como la primera vez que la vi. El aire que chocaba contra mi rostro, ese peculiar olor a tribuna que es imposible de describir; simplemente no pude contener las lágrimas y comencé a llorar como un bebé, ese día tan anhelado, sencillamente regresó. 

Volver a verte como la primera vez

Cuando el himno de la FIFA comenzó a sonar la piel se me puso de gallina. Ambos equipos salieron a la cancha y los himnos comenzaron a sonar y, más que nunca, al final de ellos grité con todas mis fuerzas un grito que tenía atrancado, porque desde casa no es lo mismo hacerlo. Tomé aire y a todo pulmón grité "¡OH LIBERTAD, OH NACIONAL!" Para mí, fue un desahogo impresionante. 

Aquí no haré un análisis o narrativa del partido, porque la verdad, lo viví como ese niño pequeño que solo ve a su equipo con la ilusión de llegar al arco rival. Hasta que, por fin, un desborde de Yerson Candelo por derecha y un centro, hizo que Andrés el 'Rifle' Andrade hiciera que al unísono el estadio gritara ese aullido, que esas 6.000 personas hicieran rugir la cancha como si fueran 45.000 las que habían asistido. Ese momento hermoso por fin había vuelto. 

Luego de los canticos, los gritos, los festejos, el árbitro finalizó el partido y, no solo habíamos tenido un triunfo con la hinchada nuevamente en el estadio; nos habíamos quitado la maldición del Tolima de encima. 

Al salir de la cancha, me invadió un miedo de abrir los ojos y despertar en mi cama, todo había sido tan perfecto que me daba miedo que fuera un sueño. Pero no, no fue un sueño. Había vuelto a ver a mi equipo de mis amores como la primera vez. Me monté al auto, me abroché el cinturón, respiré y dije "y por fin, regresamos"

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