No está escrito en ningún libro de baloncesto que el jugador más inteligente de un equipo deba ser el base por decreto. Esto acostumbra a ser la norma general, pero siempre hay excepciones. 

En un equipo históricamente guerrero como los Boston Celtics, Gordon Hayward representa la calma en la tormenta, la pausa en el caos, el cerebro en el desorden. Desde la posición del alero, organiza al equipo a su antojo. Acelera el juego cuando conviene, lo ralentiza cuando es lo más apropiado... Digamos que su influencia es muy notoria sin necesidad de alcanzar extraordinarias cifras anotadoras.

La figura del rubio de Indianápolis lleva años siendo bastante controvertida. Sus detractores, que por supuesto también los tiene, apuntan al dineral que percibe por portar la camiseta verde: unos 32 millones de dólares anuales. Un contrato de súper estrella que en su momento accedió a asumir Danny Ainge, y que por diversas razones, no lo ha justificado. Lo cierto es que las lesiones han sido un continuo lastre en su carrera. Aquella rotura del tobillo que sobrecogió al universo de la NBA en su estreno como celtic en Cleveland lo mantuvo casi un año alejado de las canchas, a lo que hay que sumar el tiempo que transcurre hasta que vuelve a recuperar el ritmo competitivo una vez tiene el alta médica. Pero su historial médico no se cierra aquí. A principios de noviembre del 2019, inmerso en una ola de rendimiento exquisito, sufrió una fractura en su mano que lo volvió a dejar KO. Otro duro varapalo para el bueno de Gordon.

Justo antes de este percance, como estaba diciendo, Hayward había alcanzado una versión de juego que recordaba a aquel adolescente que reinaba en Utah. Los 22 puntos que promedió por partido en su último año en la franquicia de Salt Lake City todavía permanecen como mejor marca de su carrera. A las órdenes de Brad Stevens, una notable cantidad de 17 puntos de media, acompañada de mejores cifras en rebotes y asistencias, lo convierten en un jugador total.

Los entendidos de este deporte consideran a Hayward como un jugador clave en el engranaje de Boston. Su mera presencia en la cancha permite al base anotador de turno (Irving anteriormente, ahora Kemba Walker) centrarse en lo que mejor saben hacer: enchufar, porque el rigor y la cordura ya las aporta el rubio.