La Copa del Rey de baloncesto y Zaragoza siempre han tenido una especial afinidad. El anterior CAI (Club Baloncesto Zaragoza) dejó su último listón en la temporada 94/95 antes de la desaparición en una final copera perdida ante Baskonia, su rival de esta tarde. Ahí terminaba la ligazón entre esta competición tan especial y un club aragonés, con una segunda final perdida como ocurriera tres temporadas antes contra Estudiantes. Pero antes de aquellas derrotas llegaron dos victorias que aún perduran en la memoria de los aficionados del Príncipe Felipe. Dos Copas del Rey que forjaron el espíritu campeón de un color, unas letras, y una ciudad que ahora vuelve a las andadas.

Corría el año 1984, cuando las camisetas no eran tan anchas ni los pabellones tan limpios. La Copa del Rey se disputaba en la capital aragonesa y el CAI llegaba labrándose un hueco entre los grandes de la ACB. Los Hermanos Arcega y el mítico Kevin Magee se presentaban en la competición con la intención de desbancar a los mejores. Y se consiguió. Una canasta de López Rodríguez a pocos segundos del final prendía la mecha en el Pabellón del ‘Huevo’, provocando la primera y posiblemente mayor muestra de euforia baloncestística que se recuerda por la capital mañana. Por medio de esfuerzo y constancia, el CAI lograba su primer título importante superando al Barcelona de Solozábal, Epi y Sibilio en la final por 81 a 78.

El CAI marcaba el inicio de su historia más dorada, ciclo que se completaría seis años después con un nuevo título copero. Esta vez el escenario eran Las Palmas de Gran Canaria, y el principal protagonista un alero denostado en Norteamérica que se revelaría como uno de los mejores y más eléctricos jugadores que han pasado por la ACB. Mark Davis anotaba 44 puntos (récord en final de Copa) destrozando a un Joventut desquiciado. Pocas actuaciones tan pletóricas han pasado tan desapercibidas como la que Davis realizó aquella tarde en las Islas. Su magnífico registro dio al CAI su segundo título de Copa poco después de caer eliminado en competiciones europeas, demostrando ese carácter sufridor y orgulloso que en mayor o menor medida se ha trasladado al equipo que ahora comparte colores y patrocinador.

Y desde entonces, dos finales perdidas, una desaparición, una larguísima travesía por el desierto y la LEB hasta llegar a donde estamos ahora. Toca sonreír e ilusionarse. Vitoria espera con el anfitrión abriendo la puerta hacia lo que hace escasamente tres años era algo impensable. Y es que ahora, con la temporada encarrilada y recordando lo que en algún tiempo pudimos hacer, solo toca preguntarse: ¿Y por qué no? 

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Sobre el autor
Víctor Millán
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