Mientras las portadas mostraban el esplendor que desprende el nuevo Palau que sustituirá al actual, durante el tiempo que se acumularon los halagos sobre la que será la nueva casa de las secciones del Barça, el sempiterno templo azulgrana volvió a hacer de las suyas. El Palau nunca ha fallado y el pasado viernes tampoco lo hizo. A la llamada temblorosa, apurada e in extremis de cualquier sección, el reciento ubicado en la Avenida de Joan XXIII en Barcelona siempre ha estado ahí para llevar en volandas con su magia a los deportistas azulgranas hacia la gloria. Daba igual la presea, el reto o la enjundia del mismo, el empuje del pabellón culé ha logrado hechos inconcebibles en cualquier otro lugar y que perduran bien guardados en la memoria.

Ya no se trata del aforo, un hecho que ha privado a la instalación de grandes acontecimientos en los últimos años y que obliga al club a una reforma, sino de la mística que se genera en él. Tan solo siete mil voces cantan, una paupérrima parte de los 90 mil que caben tres pasos más allá, pero cada aliento o festejo de los espectadores que han llenado encuentro tras encuentro el Palau ha sido incomparable.

La acción de Justin Doellman ante el CSKA, triple para igualar y robo para cosechar la victoria, tan solo fue la punta del iceberg de una noche sin parangón. Con todo en contra y con el equipo más en forma de Europa marcando los tiempos y por delante en el electrónico, el Palau volvió a lograr que una situación tan común, y que tan bien resuelve el conjunto de Dimitrios Itoudis como es el tramo final de cualquier encuentro a vida o muerte, se convirtiese en una novatada que en Moscú tardarán en olvidar. Sus miradas incrédulas, gestos de resignación y el temor al lanzamiento que encogió más de un brazo en los jugadores del club moscovita ejemplificó que en la Ciudad Condal cada partido es único.

Una magia especial

Inaugurado en 1971 y ampliado en 1994, las remontadas, títulos, fases superadas y un fortín insuperable permanecerán imborrables en el imaginario de cualquier seguidor que haya experimentado dicha situación, sumando hazañas a la conexión mágica entre grada y jugadores. “Hay muchos tipos de magia, ninguna como la del Palau”, recogía de forma más que acertada una campaña del club.

Siendo sede durante los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992 de la competición de judo, tras acoger el Mundial de Esgrima de 1985, el Palau ya explotó de alegría tras las victorias bañadas en oro de Miriam Blasco y Almudena Muñoz. Por aquella época, el templo ya había acogido competiciones de tenis, taekwondo e incluso mítines políticos, entra otras muchas actividades. La sección de baloncesto ya sabía que era aquello que hacia tan especial al recinto. Y todavía quedaba lo mejor por llegar.

Imagen histórica de un Barça-Real Madrid. Fuente: FCB

Madrid, Korac y Bodiroga

Un 12 de febrero de 1983, el Madrid de Iturriaga, Romay y Fernando Martín visitó el Palau como líder invicto de la Liga. Con el título liguero en juego, el palmeo prodigioso de Lluís Miquel Santillana en los últimos segundos situó el definitivo 82-80 en el marcador que obligó a disputar un partido de desempate. En aquel encuentro en Oviedo, el Barça consiguió el título. El Palau ya había hecho su efecto. Y los madridistas no lo olvidan.

La conocida liga de Petrovic, que acabó logrando el conjunto azulgrana en uno de los encuentros más recordados que se han disputado en Les Corts, la remontada de 16 puntos ante Estudiantes para lograr la Copa Korac o el triplete histórico cosechado de la mano del talentoso Dejan Bodiroga generaron un binomio Barça-Palau que a día de hoy sigue imborrable y que este viernes volverá a aparecer.

Un historial de leyendas

Pero no solo de baloncesto vive el Palau. Con el paso de los años, la acústica que genera del pabellón ha cumplido a la perfección el lema ‘Tots units fem força’ en las diferentes secciones de la entidad. De recuerdo inolvidable en el imaginario azulgrana perduran las gestas del ‘Dream Team’ de balonmano, desde la conseguida ante el CSKA con el gol antológico de Joan Sagalés, la remontada ante el Vezprem en 1998, hasta el título de Champions logrado en 2005 ante Ciudad Real con la imagen del capitán Iker Romero con una aparatosa venda en la cabeza pasando por la gran noche europea que se vivió al ‘levantar’ siete goles al Rhein-Neckar Löwen de la mano de Nikola Karabatic.

Es la mística única, especial y diferente del Palau. Con solo alzar la mirada hacia el techo del pretérito pabellón cualquier seguidor encuentra las camisetas de leyendas ilustres como Enric Masip, Nacho Solozábal o Alberto Borregán, que durante muchos años se adhirieron al encanto del templo para cumplir sus metas. Esa es la magia de los sueños. La única del Palau. La de la historia. La del ‘més que un club’.